domingo, septiembre 22, 2024
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El cant dels ocells

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No andaba muy descaminado aquel cuervo charlatán que en Uccellacci e uccellini, la extraña y siempre sorprendente película de Pier Paolo Pasolini, dividía el mundo en dos mitades: una, poblada por siniestros pajarracos, y otra, por humildes pajaritos. Ante el asombro de un Totò ya por entonces instalado en la cúspide del mejor dadaísmo, el propio cuervo se definía como intelectual marxista de la vieja escuela, aunque sin aclarar nunca si era simpático pajarito o malvado pajarraco. En cualquier caso, lo que quedaba claro es que mientras ese cuervo parlanchín era un auténtico pájaro de cuenta, el bueno de Totò no pasaba de modesto gorrioncillo aunque hubiera conseguido la gran hazaña, hasta entonces tan sólo alcanzada por el sabio Salomón, de entender el lenguaje de rapaces, córvidos, ánsares, avecillas del campo y quién sabe si hasta el de las gallinas de corral.

El origen de la simbología que representan los pájaros hunde sus raíces en lo más remoto de las sociedades humanas. Los antropólogos aseguran que, en mayor o en menor medida y aunque atribuyéndole distintos significados, la simbología de las aves es universal. El Espíritu Santo suele representarse con la imagen de una blanca paloma, al igual que el alma de los santos cuando se liberan de las ataduras del cuerpo. Los indios norteamericanos recurrían a tótems y figuras de ciertas aves para representar al Gran Manitú. Los jefes y guerreros de aquellas feroces tribus adornaban sus tocados con vistosas plumas, humilde reflejo de lo que fueron las coronas de quetzal de los emperadores aztecas.

Los pájaros y su plumaje también desempeñan un papel esencial en el imaginario musulmán. Los poetas místicos y sufíes recurren a sus imágenes para representar el alma como un pájaro de verde plumaje, o el paraíso, simbolizado por la imagen persa del pavo real. El místico Attar, en su famoso poema La conferencia de los pájaros, cuenta que el emisario enviado por Salomón a la reina de Saba fue una abubilla.

Quizás todavía se recuerde cómo el presidente de un país sudamericano afirmaba hace poco que un pajarito se le aparecía de vez en cuando. Le transmitía las indicaciones de su predecesor, recién fallecido, para así proseguir la ingente labor revolucionaria. Nos demostraba que esa expresión sugerente, y a veces inquietante –me lo ha dicho un pajarito– conserva hoy en día algunas de sus mágicas y remotísimas connotaciones. Los augures romanos predecían el futuro observando las señales del vuelo de las aves. Lo importante entonces, igual que ahora, era que los pájaros en cuestión no fueran de mal agüero, es decir, que no formasen parte de la bandada de esos uccellacci que se aprovechan de las difíciles circunstancias para cebarse todavía más con el prójimo, sino que perteneciesen al grupo de los sufridos uccellini, dispuestos siempre a echar una mano a quien lo necesite.

Los pajaritos, y eso es lo realmente importante, todavía se indignan ante la desvergüenza en la que se han instalado muchos de los que gestionan los recursos públicos. Lo único que ahora uno pediría a esas avecillas del campo es que dejaran de perder ocasiones y se concentraran en lo que realmente importa. Tiempo habrá luego para que lancen a los cuatro vientos su hermoso y tierno canto, una vez espantado de una vez por todas tanto pájaro de cuenta.

Ignacio Vázquez Moliní

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