sábado, septiembre 28, 2024
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Otra valla de Europa

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Este verano he tenido la oportunidad de nuevo de visitar los territorios ocupados en Chipre, y sentir como europeo la vergüenza de lo que sigue ocurriendo en aquella parte de nuestro continente y en un país miembro de nuestra Unión Europea.

Hagamos un breve recordatorio histórico de lo que ocurrió hace 38 años, es decir, coloquémonos en 1974. Recordemos los bombardeos de los turcos por mar y aire sobre ciudades chipriotas donde murieron decenas de civiles y turistas y la posterior invasión del ejército turco de casi la mitad norte de la isla expulsando a los grecochipriotas de sus casas y sus tierras, teniendo que refugiarse sin nada para llevarse en el sur de la isla; con la pasividad de la comunidad internacional y la nula defensa por parte de los chipriotas, al no tener estos un ejército en condiciones mínimas para hacer frente al poderoso ejército invasor turco.

Los turcos rápidamente marcaron una línea horizontal divisoria de separación de lado a lado de toda la isla, separando a grecochipriotas y turcochipriotas. Línea que entre otras cosas divide a la capital del país, Nicosia, siendo esta hoy día la única capital europea dividida por vallas de espino y sacos de arena a modo de frontera, recordándonos a todos los momentos más grises de Europa con la división de Berlín y un país como Alemania por su famoso muro.

Hubo otro asunto, desconocido por la mayoría de los europeos, que es surrealista

Pero en esta devastadora, terrible e injusta invasión y división de Chipre hubo otro asunto, desconocido por la mayoría de los europeos, que es surrealista y debo decir en voz alta que es uno de los mayores escándalos que existen dentro de la Unión Europea.

Me estoy refiriendo a la situación de Famagusta. Ciudad que en la división quedó de lado turco, una ciudad que en aquellos años de mediados de los setenta, era próspera, turística y con una vida diurna y nocturna espectacular, con bellas playas de arena fina y hoteles de lujo en el barrio de Varosha en el corazón de la ciudad.

Pues bien, los turcos llegaron a Famagusta, echaron de sus posesiones a todos los grecochipriotas, los expulsaron de la ciudad y como había una discusión internacional con el gobierno turco si el barrio de Varosha debiera estar en un lado de la línea o en otro de la que los propios turcos habían trazado, decidieron «manu militari». Después de echar a sus habitantes, cercar Varosha, vallarla, y no permitir a nadie su entrada, excepto un pequeño regimiento de cien soldados turcos que hoy día se encarga que nadie salte la valla y entre allí. Fue el genocidio de una ciudad europea por parte de los turcos.

Cuando llegas a Famagusta, en la parte no vallada, todo sigue igual que hace casi cuarenta años, todo excepto que esas casas están ocupadas por turcos, la mayoría campesinos pobres de Anatolia que el gobierno de Ankara les subvenciona dándoles dinero por trasladarse allí. Nos adentramos en una ciudad con encanto de murallas medievales, puerto comercial veneciano de cuyos palacios quedan ruinas, mezcladas con la dominación otomana de tres siglos hasta 1878, y donde la catedral pasó a ser mezquita con la invasión turca, y continuamos la ruta y llegamos al barrio de Varosha, lo que fue en su día el barrio más pudiente y turístico por excelencia, delante mío hay colocada una valla y un cartel en rojo con el dibujo de un soldado armado que en cinco idiomas dice que es zona prohibida y que no se puede pasar, y detrás del cartel y de esa valla hay casas donde sólo quedan las paredes, las arrasaron por dentro, los turcos se llevaron todo, pude comprobar que faltaban hasta los interruptores de la luz, y me impactó ver que se llevaron hasta los marcos de madera de las ventanas de las casas, todas desvalijadas.

Paseamos por la playa hasta llegar a la valla divisoria y el espectáculo es estremecedor y horripilante

En la playa de Famagusta, la valla también divide la playa, en la zona no vallada se ve a las mujeres turcas dándose un chapuzón con vestido largo y velo incluido lo que indica la cada vez más islamización de ese país, paseamos por la playa hasta llegar a la valla divisoria y el espectáculo es estremecedor y horripilante. Todos los edificios de primera línea de playa, la mayoría hoteles de más de diez alturas, arrasados, vacíos por dentro,  con agujeros en las estructuras, ya que se llevaron hasta los cables de los ascensores. Ni un movimiento, ni un ruido, ni un grito. Silencio total, como si fuera una ciudad fantasma que espera que llegue la noche para que salgan los zombis de esos esqueletos de cemento.

Que en pleno siglo XXI, en nuestro continente exista lo que acabo de contar, que esté casi oculto y para muchas personas estoy seguro que cuando lean esto será la primera noticia que tengan de este asunto, pero al mismo tiempo que Turquía sea un socio preferencial de la UE y que se haya aprobado en el Parlamento Europeo que sea un país que pueda entrar en este club en el futuro y nadie haya tenido ni bemoles ni sostenidos para decirles que hasta que no retiren sus tropas invasoras de otro estado miembro plenipotenciario de la Unión Europea no entrarán jamás en dicha Unión, todo esto parece una broma de mal gusto.

Desgraciadamente parece que algunos pretenden en Chipre que se aplique lo que yo llamo en el País Vasco la teoría del interruptor, donde algunos lo pulsen para apagarlo y que todos nos olvidemos de lo que pasó, que se haga tabla rasa y pelillos a la mar.
Espero que un día Varosha se abra, les devuelvan sus pertenencias a sus dueños, y que grecochipriotas y turcochipriotas vivan juntos y en paz como simplemente chipriotas.

Carlos Iturgaiz

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