viernes, septiembre 27, 2024
- Publicidad -

Y al despertar agosto, el monstruo seguía ahí

No te pierdas...

Agosto, ese estado mental según hallazgo del maestro Millás, no soluciona los problemas, los aplaza. Hemos despertado de la modorra del ferragosto y ahí siguen nuestros monstruos, mirándonos de frente a la cara, guerreros y camorristas. Unos tienen forma de listas, otros de cola, por hablar de los del interés general, pero cada cual tiene los suyos particulares, hay monstruos lindos y hasta quien los tiene con la longínea y apolínea silueta de David De Gea.

Uno de los monstruos campa al noreste del país que aún algunos llamamos España. Para muchos catalanes volver de vacaciones es afrontar una subida al Gólgota, con estaciones el día 11 (la Diada) y sobre todo el 27, día de esa suerte de elecciones que parecen la madre de todos los plebiscitos.

Ese Gólgota, ya sí, tiene directamente que ver con la supervivencia en este clima político endemoniado, en el que en las familias no se puede hablar de política, salvo que te expongas a que los otros te pongan a escondidas evacuol en el plato de fideuá. La polarización ha dado paso al pensamiento único, abrumador, sofocante.

Abrumador, sofocante y escaso de su propia esencia: pensamiento. El domingo Felipe González obsequió urbi et orbe con un sustancioso artículo dedicado “a los catalanes”. La respuesta del integrismo catalanista fue digna del pensamiento, ay, más celtibérico: poner una foto de Felipe encaramado a un yate como un mono. ¡Toma pensamiento y debate!

Y es que, oiga, hay que reconocer la verdad: Felipe González no tiene ni idea ni compostura para subirse a un yate. Se le ve postizo ahí, en bañador con la barrigota colgando –aunque amorosamente acunada por su mujer en bikini–, las piernas flexionadas simiescamente y fumándose un puro con cara de mala leche. ¡Señor González, bájese de una vez de los yates!

No, González no pinta nada en un yate, su posición más natural es más vestidito, con la tripa disimulada al amor de una camisa y americana, seguramente la mano en el bolsillo y, ay Celtiberia, argumentando. Sobre eso no se dijo nada. Bueno, sí, Ada Colau, alcaldesa de Barcelona, agarró un micrófono y aseguró que “los catalanes nos hemos sentido insultados”. Caramba, alcaldesa, algún catalán estará de acuerdo con Felipe González, e incluso reflexionará sobre lo que dijo, sin que considere que sus argumentos tengan ánimo de insulto, sino simplemente disparatados o producto del sol que le dio en el yate en el que se sentó como si estuviera en un cocotero. Colau, el todo y la parte es algo que se estudia en el cole.

La clave de la ofensa «a todos los catalanes» es que dijo que lo que está pasando –un presidente, Mas, que incumple la Ley– “es lo más parecido a la aventura alemana o italiana de los años treinta del siglo pasado”.  La virulencia de los ataques, el apelar al desacreditar la persona, no los argumentos, da la razón a Felipe González.

González, ya setentón, siempre ha sido un hombre prolijo, y ha escrito largo “a los catalanes”. La pereza seguramente –ese vicio ibérico, amigos– impedirá a muchos leerle y se quedarán con que “nos han llamado fascistas y nazis”. Por mucho que el expresidente apostillara: “Pero nos cuesta expresarlo así por respeto a la tradición de convivencia de Cataluña”.

González hablaba de la desconexión de Cataluña de muchos ámbitos si siguen adelante los planes de Mas y sus compañeros de lista, la opción independentista. Hay casi dos folios de razonamientos. Pero es que ya pocos hablan de razones porque el monstruo ha llegado al hígado y tiene el páncreas seriamente afectado.

No hay razones que valgan cuando unos tipos salen a montar en bicicleta y sienten la necesidad de llevar una estelada anudada (y sudada) bajo el casco. Hay visceralidad. Hay, con absoluta probabilidad, altruismo en sus espíritus, convencidos en su alma de la independencia y sus beneficios. Nadie les dice nada. Nadie. Ni siquiera nos planteamos si saben sentarse en un yate o fuman puros. Podrán comer la fideuá confiados sin temer un ataque súbito desde su intestino grueso.

Agosto despierta en un septiembre de borrascas, anticipo visible del un otoño grisáceo y de hojas caídas. Desperezándose del letargo agosteño, una mujer de mirada clara, largas pestañas, deja que el mar siga lamiendo sus piernas. Este mar, el mediterráneo, está a poco cientos de metros del mediterráneo que dicen que ya es Cataluña. Pestañeando, incrédula, piensa en su Gólgota, ve frente a ella erguirse a su monstruo. Y solo acierta a decir:

–¿Cómo puede acampar un monstruo así en el país del “seny”?

Joaquín Vidal

Relacionadas

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

- Publicidad -

Últimas noticias

- Publicidad -