El término “populismo”, tan utilizado por todos en los últimos tiempos, no viene sin embargo recogido en el diccionario de la Real Academia Española, que registra tan solo el vocablo “populista” para designar algo “perteneciente o relativo al pueblo”. Pero lo que me interesa destacar en esta columna es, desde luego, su sentido político, su origen y su creciente significación en España.
Para ello, señalo la figura del historiador y filósofo Ernesto Laclau, fallecido en 2014, como el más sólido referente ideológico del post-marxismo y como el principal proveedor de las ideas que han sentado las bases teóricas del denominado “populismo”, para lo cual fue vital su obra “La razón populista”, desarrollada a partir de los postulados de Althusser y Gramsci. Especializado en filosofía política en la Universidad de Oxford, cuando murió estabaabiertamente comprometido con el kirchnerismo argentino. Para él, la existencia de una “serie de demandas insatisfechas” debe cristalizar “alrededor de un símbolo antisistema” desde un discurso que se dirija a esos excluidos“por fuera de los canales de institucionalización”. El populismo es, por tanto, más una forma de hacer política que un contenido ideológico en sí.
Requiere de la insatisfacción, de la exclusión, de un antagonista o, lo que es igual, necesita su oportunidad en la quiebra, en el malestar social, para surgir, proliferar y consolidarse. También se basa en un liderazgo muy potente y mediático, a partir de conceptos extraídos de las teorías psicoanalíticas, donde “el lazo social es un lazo de amor por el líder”. Finalmente exige interconectar dos principios en rigor incompatibles, el de autonomía y el de hegemonía. Demanda para ello un sistema de proliferación de cadenas (o de círculos) que multipliquen las demandas insatisfechas. En esto consiste la autonomía. Pero, al mismo tiempo, esas estructuras supuestamente independientes deben ser unificadas alrededor de “significantes centrales”, para que haya “acción a largo plazo”, es decir, para perpetuarse en el tiempo y establecer su hegemonía.
La irrupción de Podemos en el tablero de la política española actual, como fuerza netamente populista, no es ajena a los postulados de la izquierda post-marxista ni a los objetivos del movimiento populista que lo impulsa. Pablo Manuel Iglesias Turrión, licenciado en Derecho y en Ciencias Políticas, profesor universitario, presentador de televisión y eurodiputado, es cofundador y líder indiscutible de Podemos. Ha participado en el movimiento antiglobalización y ha trabajado intensamente para la Fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales, entidad fuertemente financiada por el gobierno chavista y que saltó a los medios porque los más cualificados dirigentes de Podemos eran también sus habituales colaboradores.
El populismo en España ya tiene su espacio político, con partido y líder consolidados, con su autoritarismo participativo y ejerciendo el control político de los gobiernos de las principales capitales del país. Han venido para quedarse, pero no han sabido catalizar al cien por cien la fuerza de la insatisfacción social y política que ha posibilitado su auge. No contaban con que la ciudadanía española, con más cultura política de lo posiblemente previsto, reaccionaría ante su súbita aparición, no solo desde la resistencia de los gastados partidos convencionales, PSOE y PP, sino desde la emergencia de un nuevo partido en la escena política nacional, Ciudadanos-Partido de la Ciudadanía, que está llamado a jugar un destacado papel en la neutralización del discurso de la ruptura y del enfrentamiento.
Lo que suceda en las elecciones catalanas del 27 de septiembre va a ser crucial para esta prometedora formación, activa en toda España desde 2006, pero con fuerza en el ámbito nacional desde las pasadas elecciones municipales y autonómicas, donde obtuvo un importante numero de concejales y diputados. Creo, honestamente, que la suerte de Inés Arrimadas, como flamante candidata de Ciudadanos a la presidencia de la Generalitat, puede ser la suerte del futuro de la política española. Y ello, desde la apuesta por la prudencia y la sensatez, en favor de la integración de todos y desde la cultura de la transparencia, la democracia avanzada y el Pacto de Estado.
Ignacio Perelló