Tuve que frotarme los ojos, mirar de cerca la imagen que me ofrecía la televisión, para comprender que quién estaba tirado en la playa, boca abajo, era un niño y no un muñeco. La duda me asaltó cuando vi que el chiquillo no se movía cuando las olas bañaban su cuerpecito y él seguía ahí inerte, como dormido. No quería pensar que estuviera muerto, que ese mar tan calmado, tan bello, tan hechizante fuera el causante de su muerte.
La siguiente imagen que me ofreció la televisión fue la de un gendarme cogiendo con delicadeza el pequeño cuerpo de Aylan para depositarlo en un saco de los muchos que iban esparciendo por la playa. Fue en ese momento cuando ya no pude más y apagué la televisión. No podía soportar la imagen de ese niño abandonado por el mar, ya sin vida, mientras yo comía tranquilamente en mi casa, no podía. Y como yo mucha otra gente quedó paralizada por el horror. Después supe que junto a Ayla de 3 años se encontraba el cadáver de su hermano mayor Galip de 5 años y de su madre Rihana. Los cuatro habían salido de Siria huyendo de la una de las guerras más crueles que se recuerdan. Y lo hicieron invirtiendo sus ahorros, lo poco que les quedaba, para embarcarse en una patera que evidentemente no estaba preparada para hacer una travesía que tenía un primer destino, la isla griega de Kos.
No podía soportar la imagen de ese niño abandonado por el mar, ya sin vida, mientras yo comía tranquilamente en mi casa, no podía
Muchos nos preguntamos qué puede empujar a unos padres a salir de su país en condiciones tan precarias, tan peligrosas. Simplemente el hambre, el miedo, la búsqueda de un mundo mejor que ofrecer a sus hijos. No pudo ser, el mar se los tragó, solo ha sobrevivido el padre, y digo sobrevivido porque no sé cómo podrá vivir este hombre de ahora en adelante, sabiendo que las personas que más quería no lograron alcanzar la orilla de la libertad.
¿He dicho libertad? Perdón, me he equivocado, la orilla de la vergüenza, la orilla de una Europa que se ha apresurado a poner concertinas en sus fronteras para evitar que esta pobre gente llegue a nuestros países y nos pongan ante el espejo de nuestras propias miserias. ¿Y mientras tanto qué hacen nuestros gobernantes, qué hace Rajoy, qué le cuenta a Merkel cuando esta le dice que tiene que ayudar, que España está mal pero no tanto como para no acoger a los 4.000 refugiados que nos corresponden? Supongo que sonríe y mira para otra parte, como hace siempre que hay un grave problema que resolver. No es el único al que se le llena la boca hablando de cumplir las leyes, que la mayoría se pasa por el arco del triunfo cuando les interesa como en este caso.
No voy a incidir en la obligación que tienen los países europeos, los acuerdos internacionales firmados por nuestros representantes y que nos obligan a acoger a estos refugiados que deambulan por las estaciones de tren, por los verdes campos de Hungría, llevando de la mano a sus hijos, algunos recién nacidos, otros despuntando a la vida, esperando que alguien les tienda una mano que les ayude a salir del hoyo en el que la maldita guerra de la sinrazón les ha metido.
Solucionar este drama es prioritario para todos aquellos que se hacen llamar demócratas. No pueden seguir muriendo niños, mujeres, jóvenes en el Mediterráneo. No podemos dejar que mueran de hambre en una Europa rica y solidaria. No podemos dejar solos a los griegos y a los italianos, no podemos. Y si lo hacemos algo se habrá roto en la Europa de la solidaridad y la libertad.
Rosa Villacastín