Cuando salgo a pasear por Cuatro Caminos (mi barrio de toda la vida), observo como ha cambiado en pocos años. Hombres dominicanos, mulatos con brazos de caballo y gorras beisboleras imposibles en las cabezas, se apiñan en las esquinas a cualquier hora del día. Mientras que por la noche están a full en los garitos bachateros, bebiendo cerveza. Las mujeres-mulatas de toma pan y moja-, pasean con los niños de la mano saludándose efusivamente las unas a las otras mientras esperan turno en las múltiples peluquerías de la zona. Algunos ecuatorianos venden “silantro” a las puertas del mercado Maravillas, mientras que gitanos autóctonos te ofrecen gafas Ray-ban mas falsas que un billete de mil euros. Cuando vuelvo a casa después de apurar un cafetito en El Brillante, mi bar favorito, me dedico a buscar bibliografía sobre la emigración a lo largo de la historia y decido escribir sobre un asunto tan espinoso.
En el siglo IV de nuestra era, los visigodos, pueblo bárbaro (bárbaro para los griegos significaba todo aquel que no era griego y que al hablar parecía decir bar-bar) procedente del Cáucaso, pidió permiso al emperador romano oriental para cruzar el Danubio. Miles de personas se hacinaban en la frontera. Hombres, mujeres y niños estaban a punto de perecer por inanición. El emperador, un poco acojonado, se lo concedió a cambio de proteger la frontera contra otras invasiones. Pero la paz duró poco. Se desató una hambruna y los romanos se negaron a socorrerles, por lo que los visigodos comenzaron a saquear para obtener comida. El emperador envió un ejército para sofocar la sublevación, pero los visigodos habían estudiado las debilidades de las legiones romanas y en el año 378 d.c. derrotaron a los romanos en la batalla de Adrianopolis, donde además murió el emperador Valente. Aquello significó el principio del fin del Imperio Romano.
En febrero del 2014 d.c. en una semana cientos de inmigrantes procedentes de Malí, Senegal, República Centroafricana… etc. Saltaron la valla que divide la frontera de España y Marruecos y tras enfrentarse con la Guardia Civil que la defendía, entraron en España, lo que significaba que entraban en la Unión Europea y ya no podrían ser expulsados. Otros miles lo habían conseguido con anterioridad, ya fuese saltando la valla mencionada, en cayuco, patera o incluso nadando.
Agosto del 2015 d.c.: miles de refugiados sirios, libios y afganos se congregan en las fronteras de Grecia e Italia para ser acogidos. Cientos mueren al cruzar el Mediterráneo, pero otros consiguen llegar a las fronteras de la U.E. Pensar que todo eso es casual, es pecar de ingenuidad. Detrás de todos estos movimientos migratorios hay muchísimos intereses, más de los que imaginamos.
Para comenzar, una pregunta ¿si ya están en suelo marroquí o turco, porque no se quedan allí? ¿Por qué las pateras y cayucos no van a Gibraltar en vez de Algeciras? Es ahí donde comienzan las verdaderas causas de lo que está ocurriendo. Marruecos y Turquía no les dan de comer, no les ofrece sanidad. Pero la UE o la ONU no exige a esos países (islámicos moderados cuando les interesa), que acojan emigrantes. Tampoco se lo exige a Arabia Saudí, Irán y los países ricos del golfo, que tanto protestan contra los cruzados cristianos e Israel. Además, los emigrantes no muestran ningún cariño por ir a ninguno de esos países musulmanes: saben cómo serán tratados.
Marruecos es un caso aparte. Maneja muy bien la situación: primero introdujo en España cientos de miles de sus súbditos, introduciendo a la par una quinta columna que ya se hizo notar el 11-m con los atentados de Madrid. La gran mayoría de estos inmigrantes es de religión mahometana. Muchos de ellos son pacíficos e intentaran labrarse un futuro (muy difícil en un país con una deuda galopante y donde no se cubrirán los puestos de trabajo de los jubilados), pero otros no tendrán otro remedio que delinquir. Además, con el tiempo (no pasando mucho), la emigración musulmana alcanzará un porcentaje muy alto de la población. Al fin y al cabo, la bomba atómica de los musulmanes es el vientre de sus mujeres. Podrán votar y elegir concejales y diputados. A la vez impondrán sus costumbres -como ya va ocurriendo en Francia- y entonces ¿desaparecerá nuestra cultura, tan despreciada por una gran parte progre de nuestra población?
Siempre han existido las migraciones, pero lo que no reconocen algunos sectores de la ciudadanía (quizás ignorantes de la historia) es que provocaron cataclismos geoestratégicos e incluso desaparición de civilizaciones. Y en eso nos encontramos en estos momentos. Estamos ante una gran estafa. Se nos dijo que necesitamos emigrantes cuando el paro estructural era de dos millones de personas. Se nos dijo que no teníamos hijos-por supuesto no existen las ayudas estatales para las parejas que deciden tenerlos- y que los emigrantes lo harían, asegurando así la pervivencia de las pensiones.
Nada de eso se ha cumplido.
No voy a entrar en la situación de hambre y guerra que se vive en África ante la indiferencia internacional y de la que al parecer, tenemos la culpa todos los europeos de a pie, no los gobiernos corruptos y tribales que asolan el continente. Aun así, tengo que expresar mi indignación por el manejo de la llamada “primavera árabe” por parte de EE.UU y determinados países europeos, que luego se rasgan las vestiduras si un Guardia Civil propina un porrazo a un tipo encaramado a la valla de Melilla, pero que no tienen reparos en bombardear Libia . Si lo que se pretendía era desestabilizar aquella zona y disponer gobiernos títeres (el petróleo libio es uno de los mejores del mundo), la empresa ha devenido en un desastre. Apoyar a los rebeldes contra Al Assad en Siria ha supuesto la aparición del ISIS, ejercito integrista islámico que por cierto no ataca (ni atacara), posiciones israelíes. Cuando decidimos intervenir en un país africano, llevándoles alimentos, tropas para su seguridad, nos echan a pedradas. Esto ha provocado que nadie quiere envolverse en una ayuda masiva en África (recuerden Somalia, estado fallido que después de expulsar las tropas de la ONU se ha convertido en territorio bajo el mando de Señores de la Guerra).
Y que nadie me acuse de alarmista: yo estoy a favor de una inmigración ordenada. Todo el mundo tiene derecho a buscar una vida mejor, pero no al coste de arruinar otras naciones. Dejemos las puertas de Europa abiertas a todos, dicen ¿y porque no las de África? ¿O las de Asia? ¿Por qué no las de China?
Pero aun así, cuando salgo a pasear por mi barrio y saludo a Wilson, Heilyn o Johana y compro pegamento en un chino de la calle Almansa, sigo encontrándome en casa.
José Romero