martes, noviembre 26, 2024
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Lo que los españoles podemos hacer para evitar esas fotografías

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Lo peor que puede pasar, lo que más podría envilecernos moralmente, sería que la llegada de cientos de miles de refugiados a Europa fuese aprovechada por unos u otros partidos políticos para atacar a sus rivales. Está a punto de ocurrir en España, donde la descoordinación más absoluta entre Gobierno y oposiciones, entre la Administración central y las periféricas, provoca ya las primeras fricciones. Así, las ofertas aisladas, generosas y por su cuenta hechas por algunos alcaldes y alcaldesas -señaladamente, la de Barcelona, Ada Colau–, se han topado con la oposición de las estructuras de la Federación Española de Municipios y Provincias, que piden una mayor coordinación entre los más de ocho mil ayuntamientos que existen en España. Y ambas partes tienen razón: ¿por qué detener la generosidad de algunos alcaldes que ofrecen techo, comida, educación y quién sabe si hasta ocupación a algunos refugiados? Y, de otra parte, ¿por qué no crear un plan de acogida urgente, coordinado por la FEMP, que preside el edil de Santander, Iñigo de la Serna? ¿Por qué diablos hay que esperar a que sea el Gobierno central el que, después de resolver sus contradicciones internas, dictamine de modo inapelable cuánto se puede ayudar, cómo y a cuántos?

Esas presencias nos han enriquecido, han posibilitado el 'boom' de la construcción y de la hostelería, hacen que cuadren las cifras de la Seguridad Social.

Lo importante es ver si, a estas alturas, y tras la conmoción de algunas imágenes impactantes, somos aún capaces de albergar solidaridad. Claro que España es capaz de acoger a unos cuantos miles –¿cuatro?¿cinco?¿seis mil?- de refugiados, como ya ha acogido a millones de inmigrantes económicos llegados del norte de Africa y de América Latina. Esas presencias nos han enriquecido, han posibilitado el 'boom' de la construcción y de la hostelería, hacen que cuadren las cifras de la Seguridad Social. Hemos sido ejemplo de integración educativa y sanitaria y hemos tenido que controlar la inmigración ilegal que nos llegaba desde el sur como hemos podido, con una muy escasa ayuda de las instancias europeas, como inicialmente les ocurrió a Italia -que ha tenido una actuación magnífica, sobre todo cuando vemos lo que se hace desde el régimen ultraderechista de Hungría– y a Grecia.

Para colmo, y ahora que hablamos de Grecia, hemos sufragado sin chistar nuestra parte alícuota del rescate griego, a razón de unos ochocientos euros por cada español, incluyendo niños o pensionistas. ¿No seremos capaces de destinar doscientos o trescientos millones de euros para ayudar a estos parias de la tierra que huyen de un doble, contrapuesto y a cuál más cruel genocidio? ¿No podemos rascarnos algo -algo- el bolsillo para evitar que proliferen esas fotografías horribles de niños sufriendo, de cadáveres flotando junto a las playas turísticas, de policías húngaros obesos arrancando a hijos de sus padres?

España es un país grande, poderoso pese a sus enormes desigualdades sociales, rico aun con sus bolsas de pobreza, próspero pese a tener millones de desempleados y más millones aún de mileuristas. Escuchando una entrevista radiofónica con De la Serna, que comanda un 'ejército' de ocho mil cien municipios, me dio por pensar qué ocurriría si cada pueblo de España acogiese a una media de un par de refugiados, con todas sus consecuencias; qué pasaría si los excedentes alimentarios se destinasen a otros fines que no fuesen tirarlos a la basura; qué sucedería si se implantase una tasa municipal, temporal y selectiva, de diez euros mensuales para contribuir a hacer frente a la mayor catástrofe humanitaria que ha vivido Europa desde la Segunda Guerra Mundial; o qué catástrofes acontecerían si los bancos alquilasen a precios no de mercado, o incluso prestasen, sus pisos vacíos para disfrute temporal de los recién acogidos.

No pasaría nada, excepto que silenciaríamos a los del 'no se puede' eterno, que pondríamos nuestro grano de arena, o algo más que eso, para evitar la catástrofe y la amenaza que significará una avalancha masiva y descontrolada de refugiados e inmigrantes económicos.

Voy a responder a mis propias preguntas: no pasaría nada, excepto que silenciaríamos a los del 'no se puede' eterno, que pondríamos nuestro grano de arena, o algo más que eso, para evitar la catástrofe y la amenaza que significará una avalancha masiva y descontrolada de refugiados e inmigrantes económicos. A ellos hay que convencerles de que hacemos lo que podemos por ayudarles, y de que llegaremos hasta el límite razonable de lo que se pueda hacer, lo que, a su vez, conlleva que haya cupos nacionales, y hasta municipales, de acogida.

¿Utopía? Claro que no. Ya hemos visto que pueden hacerse cosas que parecían imposibles. ¿Quién diablos iba a pensar que España sería capaz de poner treinta mil millones casi a fondo perdido para ayudar al rescate de Grecia? ¿Quién iba a creer, ahora que ha llegado el momento de contabilizarlo todo, que gastaríamos miles de millones en obras faraónicas, en ciudades de la justicia que se quedarían vacías, en aeropuertos peatonales, en…? Esto es una mera cuestión de atribución de recursos. Y de un gran pacto nacional en el que, por una vez, se diese un cierto protagonismo a la sociedad civil, si es que los gobiernos se muestran incapaces de resolver el que ha de convertirse, si no sabemos encauzarlo, en el principal problema de la sociedad europea, de todas las sociedades europeas.

Fernando Jáuregui

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