Las previas de la selección son el anticlímax al relato tremendista del Madrid. Sale Del Bosque a la palestra, calma el ambiente con palabras obvias -siempre la normalidad por delante- el rondo vuelve a narcotizar el instinto depredador del fútbol y alrededores, y en el último cambio, las masas rezan en alto a su niño santo campechano e insustancial: inieeeeesta, inieeeeesta. Una serie de ritos en los que la manada se encuentra en su ser primordial. Somos así, se dicen entre grititos espasmódicos. Hablamos el mismo lenguaje de signos, gestos y palmadas en los hombros. Buenos chicos sin ideas raras. Sin el dinero encima de la mesa. Llevándonos bien para no romper la escena. Adoptando, incluso, a un sudamericano, fiera de las cloacas, que aquí descubrió la decencia escupiendo a los jugadores del madrid. Pitando al catalán por gamberro e insolidario. Algo borrachos pero sin pasarse. Bebedores sociales, que el vino alarga la vida y las sobremesas. Con un marqués de palabra humilde y una habitación llena de autoretratos como guía. Una doble contabilidad moral que casa a la perfección con un estilo en el que el engaño se hace carne.
Será el momento dulce de silva e iniesta, pero a la selección se le apreció una convicción desde el principio que saltaba sobre los últimos tiempos para posarse en el año de gracia de 2012. Año en el que el rondo se cerró sobre sí mismo y el fútbol se descompuso hasta alcanzar una frontera ensimismada, barroca, en la que siempre acaba cayendo el arte español. Sólo Busquets escoltado por ramos y piqué, aguantaba el tipo como ancla en el mediocentro. El resto volaban y se alternaban en ataque, con Iniesta ejerciendo de interior mediapunta con la sabiduría de un niño viejo y Silva regando la frontal del área con diagonales intimistas que daban la vuelta a los eslovaco y les rompían el espejo de su defensa en mil pedazos. Cesc, perfectamente desubicado, devolvía todo, mejoraba los pasillos interiores y alcanzó a dar un pase ideal a Costa, en una contra que los eslovacos permitieron una de las pocas veces en las que se adentraron en la guarida española.
El primer tanto vino de un caracoleo de silva en la mediapunta, que calzó el balón desde muy abajo y se la dejó a Jordi Alba llegando en carrera, en plan la hormiga atómica, se la elevó al portero que no se creía lo que los niños le podían hacer al balón. El resto del partido fueron pequeñas variaciones sobre el mismo plan. Permutaciones sobre la misma idea genial y peligrosa, en un país que tiende a una sola explicación de la realidad (a veces partida en dos). En España sólo se pisa sobre las antiguas huellas y el fútbol ha conseguido sacar partido de ese embrollo.
Costa recibe de espaldas y parece castigado contra la pared. Todos se divierten y él sufre. Hace de Torres, pero no sabe caer a banda con esa elegancia que el atlético tenía. En el país de blancanieves, Costa es el leñador del cuento en la versión pacifista y post-colonial. No se acaba de adaptar a los juegos infantiles y al final, para caer en gracia, hace lo que sabe: engañar a la ley. Fuerza el contacto con el portero y se deja caer con dramatismo. El juez pica (y los niños ríen) e Iniesta marca un penalty lento lleno de una genialidad natural, imposible de explicar. Los comentaristas lo intentan y caen en un ridículo lamentable. Muy de los comentaristas españoles, quienes perdieron hace mucho el reflejo de la lengua, que desde hace tiempo está en otras partes.
Silva e Iniesta siguen tejiendo antes y después, da igual las catástrofes que haya alrededor. Pedro ensancha el campo como ellos dilatan el tiempo. Al final de una primera parte sin dramatismo, los eslovacos llegan vigorosos al borde del área y uno de ellos chuta. Iker la para. Se estira y la para como un portero normal. Todos aúllan pero era algo que estaba en el guión. La clase media levita unos centímetros y el primer tiempo acaba envuelto en felicidad.
España sigue triangulando como una mancha. La jugada viene y va dinamitando antiguos conceptos. En el área sigue la misma pasividad intrigante. Siempre un pase de más. Esa afición por el amague y por la falsa ocasión, salva a los muchachos de lo banal. Una idea extenuante llevada hasta el final. Por una vez no nos han mentido. Se vuelve a posar la vista en la televisión y silva está saliendo del área de puntillas, mientras iniesta para en un sitio extraño, con el balón en los pies, y el espectador se pregunta qué será de la jugada o si se ataca o se defiende. Iniesta se da la vuelta y desanda el camino hasta volver a encontrar a busquets, que abre a banda en un gesto por fin reconocible por los contrarios, cansados de seguir una luz con la mirada.
Eslovaquia ataca por segunda vez y con suma facilidad saca un disparo con mala intención. Iker desvía rozando con los guantes. Vuelve el milagro. Sale Cazorla y el pueblo se homenajea a sí mismo. El partido finaliza y los buenos han vuelto a ganar. Al otro lado, había un equipo serio y sin nada que ocultar. Pero hay que saber que con dar dos patadas al suelo, a esta selección se le quiebra el espinazo.
Luego no se quejen.
España, 2 – Eslovaquia, 0
España: Casillas; Juanfran, Piqué, Sergio Ramos, Jordi Alba; Busquets, Cesc (Cazorla, m.67), Iniesta (Koke , m.85); Pedro, Silva y Diego Costa (Alcácer, m.75).
Eslovaquia: Kozacik; Pekarik, Salata, Hubocan, Tesák; Gregus, Gyömbér, Hrosovsky (Sabo, m.73), Svento; Hamsík (Duda, m.61) y Mak (Duris, m.46).
Goles: 1-0, m.5: Jordi Alba. 2-0, m.30: Iniesta de penalti.
Arbitro: Damir Skomina (SLV). Amonestó a Kozacik (30) y Tesák (83) por Eslovaquia.
Incidencias: encuentro de la fase de clasificación a la Eurocopa 2016 disputado en el estadio Carlos Tartiere, ante la presencia de 24.000 espectadores, 400 de ellos llegados de Eslovaquia.
Ángel del Riego