miércoles, noviembre 27, 2024
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Europa necesita a Don Quijote

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Los que en su día celebramos la entrada de España en el Mercado Común estamos decepcionados. ¿Qué ha pasado para llegar a esta situación de atrofia? El nacionalismo, la burocracia y los procedimientos bizantinos nos han robado Europa.

Mi padre fue de los primeros jóvenes federalistas en la Bruselas de 1948. Madariaga era el adalid de los españoles que estaban ilusionados por esa visión de Europa, aunque para ellos todavía era un sueño inalcanzable. En aquella postguerra, franceses, belgas, alemanes, británicos, judíos supervivientes, escandinavos, trabajaban para rehacer aquel ideal. Del embrión federalista surgirían los primeros Tratados, los primeros compromisos europeistas, sin maniqueismo, con generosidad y un bien entendido pacifismo.

Sin embargo, cuando ha habido algún problema serio, ético, o hechos luctuosos, cuando ha sido preciso mostrar coraje y decisión, la Unión Europea se ha arrugado, se ha encogido y se ha escudado en las fórmulas. Nuestros soldados no pueden luchar, nuestras fronteras no se pueden abrir, todo queremos resolverlo a golpe de cheque y seguir con nuestras minucias y nuestra mezquindad. Europa se ha replegado en el bienestar, el pragmatismo, en las cuentas, con una total falta de ambición.

Schengen, la libre circulación, ahora hace aguas cuando cada país tira por su lado ante la crisis de los refugiados y el compromiso de admitir 160.000, que parece una broma pesada cuando hay cerca de cuatro millones de desplazados.

La Unión Europea necesita de más espíritu quijotesco y de menos Sancho Panzas. Necesita recuperar el espíritu inicial. Como siempre, los ciudadanos están mostrando más altura de miras, más generosidad que los políticos que dicen representarlos.

Países de dudosas credenciales democráticas han sido admitidos apresuradamente en el club. Y no ha servido de nada, sus gobiernos están más nacionalistas que nunca. ¿No se puede echar a un socio por mal comportamiento? No, la UE es el castillo de irás y no volverás. Todos entran, nadie sale. Todos quedan petrificados al entrar, inmersos en su hedonismo, su confort, su egoísmo, esperando los fondos.

¿A cuántos diputados europeos conoce usted, que me lee? ¿A cuántos se ha  podido dirigir para explicarles un problema? Probablemente a los mismos que los del Parlamento nacional, es decir, a ninguno.

La Unión Europea necesita de más espíritu quijotesco y de menos Sancho Panzas (aunque Sancho al final era casi quijotesco). Necesita recuperar el espíritu inicial. Como siempre, los ciudadanos están mostrando más altura de miras, más generosidad que los políticos que dicen representarlos.

Pero quizá, como dijo alguien, los ideales de libertad y solidaridad, palabras que parecen hoy turbar más que aclarar, sean una trampa porque nunca se cumplen, sino que se difuminan y traicionan. Al final, Don Quijote muere, también desencantado.

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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