-Fue hace veinte años.
Mi interlocutor es Santos, un amigo desde hace tiempo. Culturista desde joven, peina ya algunas canas y luce brazos del tamaño de patas de caballo.
-Yo llevaba unos cinco años en la Policía. Era lo que se dice un puto novato. Me designaron como compañero a Roberto, un tío que por aquel entonces era ya un veterano a pesar de tener treinta y tres o treinta y cuatro años. Llevaba en el Cuerpo desde que se licenció del ejército, y había entrado apenas con veinte años. Un hombre grande y calvo, muy especial.
Santos para y toma un trago de un Coca cola sin calorías. Cuida mucho la dieta.
-Una tarde estábamos de servicio vistiendo de paisano -prosigue-. Por aquel entonces la gran superficie de la droga era un poblado gitano llamado la Celsa, cerca de Mercamadrid. Habíamos pasado el tiempo observando desde el camuflado el ir y venir de yonkis. Era como una película de zombis: tipos desdentados y famélicos con el alma consumida en el infierno. Tratábamos de localizar algún vendedor de jaco o en su defecto de trankimazines. La luz del día se fue apagando poco a poco a la par que no obteníamos resultado alguno. Siendo ya de noche, vimos como un gitano gordo salía de una de las chabolas y se dirigía a un grupo de clientes. Les dio algo y a cambio recibió unos cuantos billetes, volviendo a introducirse en la atribulada casucha. Mi compañero y yo decidimos que si volvía a salir, le identificaríamos y registraríamos. A la media hora más o menos, hizo acto de presencia de nuevo. Yo salí del coche, le puse la placa en el careto y le apoye contra una pared para cachearle. Roberto, mientras tanto, cubría mis espaldas. En esas me encontraba cuando de repente escuche alboroto y gritos detrás de mí. Volví la cabeza para mirar y atisbe a Roberto peleando con un tío. Ambos rodaban por el suelo. El tipo portaba en su mano derecha un cuchillo de carnicero, de esos que se te meten hasta el hígado si te lo clavan. Instintivamente, deje al gitano que se marchase y ayude a mi compañero a reducir al agresor. Estaba como loco, completamente fuera de sí. Una vez esposado y dentro de un coche patrulla que requerimos, le pregunte a Roberto que cojones pasaba. Como si no fuese con él, me contesto: “vi como el cabrón ese se acercaba a ti por la espalda. De improviso, la luz de la luna se reflejó en algo que portaba en la mano: era un cuchillo. Cuando te lo iba a clavar me eche encima e intento clavármelo a mí. Lo demás ya lo sabes”. Le di las gracias: acababa de salvarme la vida, pero Roberto no le dio importancia. Decía que era su deber, que no era ningún héroe.
Santos se detiene. Toma otro sorbo de su bebida y noto que tiene los ojos algo húmedos.
Es la importancia de tener un buen compañero ¿sabes? Un tío que está contigo a las duras y a las maduras, que está dispuesto a dar su vida defendiéndote
-Después de aquello continuamos de compañeros un tiempo, hasta que cada uno tomó un destino diferente. Pero yo lo recuerdo todos los días. Es la importancia de tener un buen compañero ¿sabes? Un tío que está contigo a las duras y a las maduras, que está dispuesto a dar su vida defendiéndote. Así aprendí el significado de la palabra “compañero”. No se vanagloria de nada, la intervención es de los dos y ambos comparten la gloria y el fracaso. Han pasado veinte años, creo que soy un buen policía, pero sobre todo un buen compañero. Para mí, eso es lo importante.
Santos detiene su relato y queda en silencio. Soy yo el que decide romperlo.
-¿Qué fue de él, de Roberto?-pregunto.
-Ahora le queda poco para jubilarse y anda jodido de la espalda. Económicamente está fatal, porque se divorció y las pensiones de sus hijos le han arruinado. Pero sigue en la brecha, sin quejarse. Nadie le ayuda y tampoco lo quiere. Ahora que se han incorporado tantos chicos y chicas jovencitos, los veteranos estamos algo perdidos. Las nuevas generaciones no nos hacen caso. Seguro que están mejor preparados a nivel cultural, pero tienen que aprender los valores que a nosotros nos inculcaron, y el principal es el compañerismo. Eso es lo último que se debe perder…
Nos despedimos. Contemplo como Santos, uno de los mejores hombres que he conocido, se aleja caminando con el mismo andar que un toro de lidia: orgulloso de ser lo que es.
No sé si en nuestras fuerzas de seguridad hay mucho como ellos, pero si no es así, hay que empezar a reclutarlos, porque son la esencia del servicio más allá de lo exigido; la esencia de lo que debe ser un policía: compañero, valiente, honesto y amigo.
José Romero