domingo, noviembre 24, 2024
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Hay vida más allá de la política

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Aunque no lo crean y aún menos lo parezca, y todavía más con el estado febril catalán, hay vida más allá de la política, entendida ésta como la conquista, pérdida, mantenimiento o reconquista del poder, único objetivo real que guía, o eso demuestran, quien la ejercen como profesión. Y ello sin exclusión alguna. Pues eso les unifica a todos desde los más rancios y acrisolados abolengos partidistas a los de aparente nuevo cuño que en realidad llevan en ello y sin salirse la vida entera, porque ahí ha estado desde siempre la casta universitaria de Podemos mientras que por el lado de Ciudadanos el fenotipo más repetido es el del corredor de siglas.

La expresión casta, un acierto pleno de la propaganda podemita el apropiársela para señalar a todos los demás, refleja una realidad que en absoluto fueron ellos los primeros en señalar. (Uno mismo en su humildad tituló así un artículo en 1992, según sus propios rastreadores se encargaron de recordarme). La aparición de una clase, casta o profesión política es una consecuencia casi inmediata de propia llegada de la democracia y los partidos políticos. Hasta ahí, más que «políticos» había que hablar de funcionarios del Régimen, del Movimiento, que se llamaba, lo que no deja de tener cierta gracia semántica. Hasta entonces en política de verdad estaban los perseguidos e ilegales, porque meterse en política era en sí mismo una ilegalidad punible y, claro, profesión remunerada no era la cosa bajo ningún concepto.

A uno lo que le parece es que lo que dicen es que son de encaste y ganadería diferente, pero que la especie es la misma y a las pruebas, con solo tres meses de experiencia, me remito.

Pero la democracia y los partidos no solo lo hicieron posible sino en extremo apetecible. Los partidos se convirtieron en una suerte de empresa-patria y en las grandes agencias de colocación y promoción de cientos de miles de personas. Y en eso siguen. Ese fue el origen de la profesionalización de la política y su conversión de lo que antes pudo ser una «afición» peligrosa e idealista en un modo de vida.

Ahora los presuntos nuevos, que lo son únicamente en estreno de moqueta, sillón y poltrona, dicen que ellos no, que no son de la misma casta. Pero a uno lo que le parece es que lo que dicen es que son de encaste y ganadería diferente, pero que la especie es la misma y a las pruebas, con solo tres meses de experiencia, me remito. Vamos, que simple y llanamente no me lo creo, aunque incluso reconozca que algunos de ellos, ingenuos, puede que sí. Pero cosa de tiempo. De muy, muy, poco tiempo.

Pero todos ellos, en este caso en unitario tumulto, están dispuestos a atronarnos los oídos y no dejarnos ni un resquicio de escape para convencernos de lo contrario y de «suyo». Difícil. Obras son amores. El descreimiento tiene razones, hechos y pruebas muy sólidas. Aún comprendiendo que sean necesarios e incluso imprescindibles, es cosa mucho más diferente el creerlos y, aún más difícil, quererlos. Algunos. Otros no, esos, sus catecúmenos, conversos, parroquianos, feligreses, groupis, fans, barras bravas, holligans y hasta tropas orcas o legionarias los idolatran y veneran. Pero algunos, compréndanlo, no tenemos ya un discurso más, ni una promesa más, ni un cuento más, ni una consigna más y mucho menos un mitin. Porque algunos ya tenemos, rebosante por quintales, el vaso de los mítines que nos han dado. Y no digamos el de los sermones. Así que minuto y resultado. Y punto. Y les digo que sí, que hay vida más allá de la política.

Antonio Pérez Henares

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