Los expertos dicen que la crisis de los refugiados no ha hecho más que empezar. Lo cual pone una vez más en evidencia la clamorosa ausencia de previsiones sobre la que se le venía encima a esta Europa de nuestros pecados. Hablemos, por decirlo mejor, de la incapacidad de la UE para tomar medidas sobre unas previsiones (la masiva corriente migratoria de refugiados) que conocía perfectamente.
Al comentarista le salen al paso unas declaraciones de María Jesús Vega, portavoz de ACNUR (agencia de la ONU para los refugiados), de hace exactamente dos años (13 septiembre 2013), en las que ya hablaba de 250.000 muertos, cuatros millones de refugiados y «la peor crisis migratoria desde el genocidio de Ruanda». Y si lo sabía esta agencia internacional ¿qué hacía la UE al respecto? No solo ACNUR lo sabía. Ya hace mucho tiempo que Médicos sin Fronteras fletó tres barcos que navegan frente a las costas de Libia recogiendo a seres humanos que huyen de la desolación. Esta misma ONG ya había abierto clínicas móviles en Grecia, Macedonia, Serbia y Hungría mucho antes de la implicación de Bruselas en la crisis.
Si todas estas cosas las hacen las ONGs, ¿por qué no las hacen los Estados? Ya sabían la que se avecinaba. Bastaba echar una mirada eficiente a lo que ya estaba ocurriendo en Jordania, Líbano y Turquía, donde acabó el 90% de los cuatro millones de personas que habían salido de Siria antes de que un niño amortajado por la playa y una desdichada reportera húngara avivaran la inicial marea solidaria de los europeos y sus Gobiernos.
Entonces se sugirió la creación de un mecanismo obligatorio y permanente para la acogida de los refugiados. No fue posible. Luego se bajó el listón y los jerarcas de Bruselas propusieron un mecanismo voluntario y ocasional, que apuntaba a una dolorosa diversidad de países -injusta, no equitativa en el reparto de cuotas-, en materia de acogimiento. Tampoco.
Reunidos los ministros de Interior de los 28 socios de la UE, los discursos del orden, la seguridad, el control de fronteras, la respectiva situación económica de los distintos países, se acabaron llevando por delante aquella inicial oleada de solidaridad encabezada por la canciller alemana, Angela Merkel. La cumbre del lunes 14 de septiembre terminó en rotundo fracaso. Fue imposible consensuar una formula común de acogimiento. La UE quedaba retratada por su incapacidad afrontar el problema. No digo ya por la vía de las políticas comunes. Ni siquiera por simple coordinación de tareas repartidas entre los países socios.
Ante la falta de acuerdo, a los ministros se les ocurrió entonces volver a reunirse el próximo 8 de octubre. Afortunadamente, la fecha se ha adelantado. Volverán a reunirse el martes que viene para intentar salir del atolladero. Pero aún así sigue siendo dramático el contraste con los plazos apremiantes de hombres, mujeres y niños que huyen de la guerra y las persecuciones.
Antonio Casado