Hace escasos meses, el proyecto europeo transitaba por el borde del precipicio griego. Desde hace semanas, lo hace por el abismo del drama de los refugiados, una tragedia humana que pone a Europa de nuevo ante el diván: lo que dice ser, lo que aspira a ser, lo que es. Y lo que hace.
Difícil explicar, y explicarse, los tiempos que corren. Y reconocerse en esta Europa.
Por lo que atañe a Grecia, este fin de semana, la sociedad helena ha vuelto a dar un apoyo mayoritario y una victoria incontestable a Alexis Tsipras. Un líder que en apenas ocho meses ha pasado de ganar unas primeras elecciones con el único programa político del fin de la austeridad a ganar estas últimas con el único programa político del cumplimiento de las condiciones de un nuevo rescate que vuelve a pivotar sobre la misma clave de bóveda errónea, tras haber arrastrado a los griegos a votar en referéndum en contra del mismo para firmarlo al día siguiente. Le deseo acierto en beneficio de la ciudadanía griega, si bien la reedición de su alianza con los nacionalistas no es precisamente el mejor de lo augurios.
Si la crisis de Grecia ha cuestionado la credibilidad económica de Europa, la crisis de los refugiados ha puesto en tela de juicio los principios mismos sobre los que se sustenta y de los que siempre nos hemos sentido orgullosos. ¿Hacia dónde camina Europa?
Sin embargo, unas elecciones que antes del verano habrían arrastrado, y con razón, todos los focos hacia Grecia se han visto barridas por la tragedia arrolladora de la marea de refugiados que golpea ese mismo país, entre otros.
Resulta desgarrador contemplar las imágenes de miles de refugiados sirios caminando por carreteras europeas, hacinados en campos, desesperados por subirse a un tren hacia un destino mejor… Desgarrador y terrible el poder evocador de tales imágenes conociendo la historia que arrastra un continente como el nuestro. Desde luego, la imagen de Europa no puede ser más penosa.
Por un lado, la actuación del Gobierno de Hungría. La indecencia del vallado de sus fronteras; el trato vejatorio y vergonzoso a los refugiados atacando con gases lacrimógenos a personas que tratan de huir del horror y la muerte de sus países de origen; el establecimiento de penas de cárcel para quienes entren de forma ilegal en su territorio. Un Gobierno que lleva demasiado tiempo caminando por el filo de la legalidad –los ataques a la libertad de prensa, la defensa de la reintroducción de la pena de muerte, por poner dos ejemplos– y que en su actuación en esta crisis ha ido demasiado lejos en lo que constituye una auténtica vulneración del núcleo vertebrador del proyecto europeo: la defensa de la paz, la libertad y los derechos humanos.
Por otro, la vergonzosa, y errática, actuación de la mayoría de los Estados miembros de la Unión Europea. El bochornoso rechazo a aceptar un sistema obligatorio y automático de cuotas de reparto de los refugiados; los argumentos xenófobos y sectarios para rechazar la acogida de los mismos por razón de credo; las tensiones y acusaciones mutuas entre miembros de la Unión; la suspensión del espacio Schengen en varios países –me pregunto si en esto Mariano Rajoy también va a emular a Angela Merkel o se conforma con las impresentables declaraciones de su ministro de Interior alentando el miedo y el rechazo hacia los refugiados con su alarmismo sobre la infiltración de yihadista–; la incapacidad para sentarse y buscar soluciones al drama de la única forma que puede hacerse: mediante una respuesta europea común y coordinada. Todo ello en una Unión de 500 millones de habitantes que está siendo incapaz de dar una mínima respuesta coherente a las decenas de miles de desesperados que se están jugando la vida en su huida hacia sus fronteras mientras países como Líbano, de apenas 4,5 millones de habitantes, acoge a 1,2 millones de refugiados sirios.
Suele decirse que el proyecto de construcción europea avanza a golpe de crisis. Desde luego, si la crisis de Grecia ha cuestionado la credibilidad económica de Europa, la crisis de los refugiados ha puesto en tela de juicio los principios mismos sobre los que se sustenta y de los que siempre nos hemos sentido orgullosos, legítimamente orgullosos. ¿Hacia dónde camina Europa?
P.D.: Pese a la negra realidad que nos circunda, quiero trasladar mi enhorabuena a la selección española de baloncesto, por su victoria en el Eurobasket de Francia pero, sobre todo, por el camino recorrido: por cómo han enfrentado las dificultades, por cómo se han recuperado de las derrotas, por su entrega, su esfuerzo y tesón. Una demostración, tantas ya de esta generación, de la fuerza del grupo. Y mi reconocimiento a Pau Gasol. Habrá que inventar nuevas palabras para ensalzar a esta leyenda viva del deporte.
José Blanco