Ocurre que los catalanes van a votar el domingo, que es el día final de un largo 'puente', el de la Merce. Y ocurre. –y, sin duda, Mas lo vio claro– que los independentistas salen a votar en bloque, pero, en cambio, eso que se llama mayoría silenciosa, no. Por variadas razones, entre ellas la de que ninguna de las ofertas en presencia entusiasma a quien se va a la playa o a donde sea, incluyendo quedarse en su casa o salir a pasear lejos de los colegios electorales. ¿Cuántos son los indecisos, cuántos los que, simplemente, van a pasar de votar? Los suficientes, desde luego, como para dar un vuelco al veredicto que esta domingo arrojaron las encuestas: que las ganan los del 'si' a la independencia. Y ¿cómo se logra este vuelco? Difícil, pero posible: haciendo más cosas que hasta el momento, haciéndolas de otras formas, e incluso dejando de lado algunas de las brillantes ocurrencias que han jalonado hasta el momento la campaña.
Rajoy ha acertado en bastantes cosas en los casi cuatro años que lleva gobernando de manera previsible y algo aburrida. Excepto en la cuestión catalana. Nada ha hecho para ilusionar a esos catalanes que ni salieron a la calle en las diadas precedentes, ni hicieron cola para votar el pasado 9 de noviembre en aquella consulta tan atípica.
¿Que es lo que hay que hacer y no se ha hecho? La respuesta es obvia: ilusionar a quienes no están ilusionados, a quienes no quieren dar el 'sí' a la peligrosa propuesta indpendentista de Mas, aliado o no con los antisistema de la CUP, pero decepcionados con un 'Madrid' que muchos catalanes sienten no quizá que les roba, pero sí que no les da lo suficiente como para que estén contentos, o al menos conformes, con la situación de permanencia en España.
Y ¿quién debe propiciar una oferta que satisfaga a estos catalanes descontentos, recelosos, pasotas? Me temo que el principal responsable de esta hercúlea tarea, en la que han fracasado tantos jefes de gobierno en España desde hace un siglo, ahora se llama Mariano Rajoy. Yo pienso, es cierto, que Rajoy ha acertado en bastantes cosas en los casi cuatro años que lleva gobernando de manera previsible y algo aburrida. Excepto en la cuestión catalana. No ha sabido atraerse a ese Artur Mas a quien Zapatero engañó dos veces con sus nefastos tripartitos. Y nada ha hecho para ilusionar a esos catalanes que ni salieron a la calle en las diadas precedentes, ni hicieron cola para votar el pasado 9 de noviembre en aquella consulta tan atípica…
Ahora Rajoy sale a tomar vinos a los bares cercanos a las Cortes, pero simultanea eso con la 'reforma expres' del tribunal Constitucional, de la que no avisó a la oposición ni al propio presidente del TC. O lo simultánea con la selección de Albiol como cabeza de la candidatura del PP en Cataluña; tiene sin duda ímpetu el ex alcalde de Badalona, pero no es hombre que pueda pasar por centrista moderado a ojos de esa mayoría silenciosa que mira, desde la distancia que él mismo impone últimamente, a Albert Rivera como tal vez el mejor líder posible de la derecha catalana y española.
Así que a Rajoy le quedan cinco días para propiciar el vuelco, consolidarse como el mejor representante de los conservadores moderados y del centro-derecha en España y, de paso, aprovechando que el miércoles tiene una importante 'cumbre' europea, hacerse unas cuantas fotos amistosas con los principales mandatarios de la UE, y que insistan en el 'no' a la independencia catalana. Un asunto en el que, por cierto, presumiblemente ayudará el Rey desde la Asamblea de las Naciones Unidas en Nueva York. Casi nada lo que esta ahí planteado. Cinco días que podrían cambiar…¿Cataluña? ¿España? ¿A un Rajoy que no encuentra el mensaje justo en el momento oportuno? ¿A un Rajoy que se negó a hacer coincidir las elecciones catalanas con las generales, dejando a España sin Parlamento durante más de tres meses, con el riesgo de que Mas o alguno de los más locos que le acompañan intenten cualquier proclama? Lo dicho: cinco días. Para que luego digan que este es un país aburrido.
Fernando Jáuregui