La aparición del periódico semanal Ahora trajo a mi memoria el comentario del director Simei al presentar el proyecto Domani a sus redactores: “A estas alturas, el destino de un diario es parecerse a un semanario”, en Número Cero, la reciente novela de Umberto Eco que FNAC vendía acompañada de un sabroso opúsculo.
En las inundaciones lo primero que falta es el agua potable, repite su editor, Miguel Ángel Aguilar, aprestándose a la necesaria y encomiable misión: recuperar la pausa y la reflexión ante a la anegadiza fluencia informativa; la narración, el criterio y la voz como antídotos de la viralidad.
Intenciones bien distintas a las de aquel falsario Domani que Eco traza para impresionar esa pieza de “la maquinaria del fango” que son algunos entes de comunicación. En otro lugar y otro momento: Italia a comienzos de los noventa, cuando la evidencia de la corrupción y su persecución dieron al traste con los principales partidos hasta entonces y abrieron el paso a la era Berlusconi. Nada que ver, o sí, con nuestro tiempo: tal vez fabulación de un pasado cercano, estadio de un proceso que llega hasta el presente.
En los comentarios consiguientes a la publicación, el viejo semiólogo nos habla de su perplejidad ante la aceptación de “la técnica del insulto y la prepotencia” en los debates televisivos, de prácticas por las que, hace no tantos años, sus protagonistas hubieran sido tomados por locos. De “los intelectuales como víctimas del estado líquido de la sociedad”, en la que, por definición, no existe ya la noción de actuación política y queda el mensaje en la botella como única salida. De la censura que se realiza a través del ruido, recuperando un discurso de 2009 donde concluía proponiendo la recuperación del silencio, animando a encarar un estudio mejor de su función en los distintos modos de comunicación, también en el discurso político. Una semiótica del silencio.
Aun a riesgo de abusar de la metáfora de la liquidez, no sé si el nuevo Ahora será balsa a la deriva, tabla de salvación o mero pecio en este inmenso océano. Entre tanto, su propósito merece mi atención y su lectura el pasado fin de semana tuvo en mí un efecto reparador. Leer, entre otras cosas con sustancia, en una conversación (Wagensberg/Senovilla) sobre cosmología y la concepción de Einstein, que la belleza, la justicia y la armonía son necesarias para comprender el mundo, por ejemplo.
José Luis Mora