La Unión Europea ha tomado la decisión conjunta de repartirse durante los próximos dos años la acogida de 120.000 refugiados, con el voto en contra de cuatro países socios (Hungría, Chequia, Eslovaquia y Rumania) y una abstención (Finlandia). A la espera de lo que ocurra en la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno celebrada el miércoles (escribo cuando aún no ha comenzado), se traslada la sensación de que, por fin, Europa hace algo concreto para afrontar la mayor crisis migratoria posterior a la segunda guerra mundial.
Sin embargo, la crisis sigue tan viva como antes de la reunión de los ministros del interior del martes. Y no tanto por la falta de unanimidad, que también. Hay otro factor de incertidumbre mucho más determinante que la imposibilidad de elaborar una política común en la materia. Me refiero a un empeño condenado a la melancolía. El de engañarse creando mecanismos fijos y previsibles de actuación sobre datos cambiantes con tendencia a peor. Efectivamente, cada vez más personas amontonadas a las puertas de Europa.
Efectivamente, cada vez más personas amontonadas a las puertas de Europa
Al ser el flujo migratorio vivo e incesante, se entiende que los poderes públicos y las administraciones de los países perimetrales se vean desbordados. Las previsiones saltan por los aires cada día que pasa, por no decir cada hora. Y, en consecuencia, también es normal y previsible que cunda la sensación de caos organizativo cuando Bruselas y sus socios se afanan en resolver o aliviar al menos la crisis de los refugiados.
Así las cosas, no hay respuesta a los ciudadanos que se preguntan cuántos refugiados van a llegar a sus respectivos países y cuántos refugiados pueden ser acogidos en cada uno de ellos. No existen respuestas. No puede haber respuestas concluyentes cuando, por encima y al margen de los acuerdos europeos para repartirse a 120.000 refugiados en dos años, los números son cambiantes y la avalancha continúa ¿Y los cientos de miles que quedan fuera del modelo de reparto acordado en Bruselas?
Por tanto, la sensación de caos organizativo y las preguntas sin respuesta se convierten automáticamente en caldo de cultivo para las peleas políticas de consumo interno. Es lo que ha ocurrido en Alemania después de las generosas actitudes iniciales de Angela Merkel. Luego tuvo problemas con sus socios socialcristianos de Baviera (CSU) y con su propio partido (CDU).
En cualquier caso, el debate no es sólo de números o capacidad organizativa. Es, sobre todo, de intangibles. De principios. La crisis de los refugiados está poniendo a prueba la peana virtuosa sobre la que se alzó Europa sobre los escombros de la segunda guerra mundial, en base a valores de paz, libertad, humanismo y bienestar. El problema de fondo es de principios en un área de convivencia que se reconoce en la Declaración de los Derechos Humanos. No es cuestión de cifras sino de coherencia con lo que se proclama. Miremos al sustantivo en la UE ¿De qué unión puede hablarse ante una inexistente política común en materia de refugio y asilo?
Antonio Casado