Faltan horas para que termine la campaña de las autonómicas catalanas y comience el día de reflexión. Una jornada que viene a aliviarnos de alguna manera del bombardeo de declaraciones con las que nos han obsequiado los líderes políticos de todo signo, desde los más extremistas hasta los más moderados. Declaraciones subidas de tono que si alguno de ellos se tomara la molestia de revisar, bien vía hemeroteca o google, se avergonzarían del contenido de sus discursos. Lo que en modo alguno ha contribuido a calmar las aguas sino a exacerbar aún más el ánimo de quienes han convertido esta consulta en un plebiscito sobre la independencia. Que no lo es, por más que los cabezas de lista de Junts pel Sí se empeñen en decir lo contrario.
Una campaña trampa muy bien diseñada y planificada en la que hemos caído todos: medios de comunicación, líderes políticos, económicos, sociales y culturales, y de la que ahora es difícil salir. Menos si como parece la candidatura independentista saca mayoría absoluta. Algo que me resulta difícil de creer, salvo que esa mayoría silenciosa en la que tanto confía Rajoy no se echara el domingo a la calle para ir a votar a favor de quienes siguen creyendo que mejor juntos que separados. Que mejor todos integrados en un gran país como España que en una Cataluña fraccionada y dividida.
Que mejor todos integrados en un gran país como España que en una Cataluña fraccionada y dividida
De ahí la preocupación de mucha gente, de muchos catalanes, de muchos ciudadanos españoles, por saber qué ocurrirá el día después. Cuál será el escenario al que tendrán que enfrentarse el lunes 28 tanto vencedores como vencidos. Algo en lo que no parece que hayan pensado quienes tenían un ojo puesto en Cataluña y el otro en las elecciones generales del día 20 de diciembre.
Analizando la dejadez de la que ha hecho gala Mariano Rajoy cuesta creer que el presidente del Gobierno sea la persona idónea para gestionar las relaciones futuras entre Cataluña y España, y sin embargo es a él a quién corresponde tomar las riendas de una situación tan complicada, tan compleja, en la que las emociones desempeñan un papel importante, o tan importante como la propia ley.
Explica el politólogo catalán Lluis Orriols, profesor de la Universidad Carlos III de Madrid, que: «Un plebiscito significa 'una persona un voto' y todos los votos valen igual. Pero si la mayoría absoluta que cuenta no es la de los votos sino la de los escaños, entonces todos los votos no valen igual, porque, gracias a la ley electoral, para lograr cada escaño en Barcelona se necesitan muchos más votos que en Girona, Lleida o Tarragona».
Sería importante que antes de que el domingo se abran las urnas alguien de prestigio explicara a los ciudadanos, a todos, sin excepción, el peligro que supone equiparar la mayoría absoluta -la mitad más uno- de los votos con la de los escaños. Porque como bien dice Orriols puede ocurrir que el lunes la mayoría de quienes no hayan votado por la independencia se encuentren que esta se declare en el Parlamento.
Rosa Villacastín