miércoles, noviembre 27, 2024
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Descortesía

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Estoy muy alejado de las creencias musulmanas, pero he estado en el interior de muchas mezquitas, y, en un par de ocasiones, fui invitado a entrar en las sinagogas, sin que tenga creencias judaicas. Por cierto, más de una vez he estado en el interior de un casino de juego, sin que sea ludópata. Confundir los ámbitos en los que te encuentras con tus convicciones, tus creencias y tus aficiones, es propio de ignorantes.

Confundir los ámbitos en los que te encuentras con tus convicciones, tus creencias y tus aficiones, es propio de ignorantes

En las bodas religiosas he coincidido con amigos de los que me consta su ateísmo, y se han comportado con respeto en el interior de la iglesia y, a la salida, no he advertido muestras de que hubieran salido conversos. Me vienen estas cosas a la cabeza, al enterarme de que la alcaldesa de Barcelona no acudió al acto religioso que inicia las fiestas de la Mare de Deu de la Mercé. Los ritos se remontan al siglo XIII y las fiestas se celebran con especial entusiasmo desde hace unos doscientos años. En esos casi dos siglos, regidores y alcaldes de la ciudad, han asistido a la ceremonia inicial de las fiestas, haciendo honor a la representación que ostentan, sin que se les exigiera tomar los hábitos de la orden, ni abjurar de sus creencias, cualesquiera que fueren. Es probable que la actual regidora del municipio prefiriera que las fiestas se celebraran en honor del «Movimiento Antidesahucio» o en honor al «Día Barcelonés del Escrache», pero todavía no es así, porque la tradición no puede improvisarse, y requiere la acumulación de decenios que van añadiendo el poso que las hace perdurables. Del inmenso disgusto que me ha producido la ausencia de la alcaldesa creo que podré reponerme al terminar de escribir este artículo, pero me sigue sorprendiendo el apogeo de lo que Cela llamaba confundir el culo con las témporas.

Por cierto, los alcaldes de París, asisten a las ceremonias religiosas de Notre Dame en los días solemnes, por muy republicanos y descreídos que sean. Pero, claro, París no es Barcelona, esa gran ciudad a la que la paletería y las groserías de unos pocos la hacen cada día más pequeña y menos relevante.

Luis del Val

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