No sé si la suerte está echada pero casi. El domingo los ciudadanos catalanes acudirán a las urnas para votar en unas elecciones en las que está, más que nunca, en juego su futuro y también el del resto de España.
Mientras tanto uno de los últimos actos de campaña ha sido el debate en TV8, entre el ministro Margallo y el líder de Ezquerra Oriol Junqueras. Un tanto que se ha apuntado el periodista Joseph Cuni.
Y yo no sé a ustedes pero a mi me asombra la contumacia de los líderes independentistas en decir que es de día cuando es de noche y que es de noche cuando es de día. Ya lo he escrito en otra ocasión, para Mas, Junqueras y compañía si la realidad no está de acuerdo con ellos, peor para la realidad. De manera que Junqueras «pasa» de lo que digan el presidente de la comisión europea, Junkers, o de lo que diga Merkell, Cameron, etc sobre en qué situación quedaría Cataluña si declarara unilateralmente la independencia. Quedaría fuera de la UE claro está y así lo vienen diciendo las autoridades de la UE, pero Junqueras dice que no y de ahí no hay manera de sacarle. Es difícil esgrimir argumentos con alguien que sencillamente se ha apeado de la razón. Pero ya puesto a explicar como sería la «arcadia catalana» independiente ahora resulta que según Junqueras los catalanes podrían seguir siendo españoles y además seguir interactuando en el mercado español y conservar todos los privilegios que supone ser español. Y se quedó tan tranquilo después de este galimatías que más parece una tomadura de pelo.
Visto desde fuera todo lo que ha provocado Artur Mas en Cataluña parece una locura, una pesadilla
Visto desde fuera todo lo que ha provocado Artur Mas en Cataluña parece una locura, una pesadilla. Si el principal cometido de los políticos es abordar los problemas de la sociedad para darles solución, en el caso de Artur Mas, la ecuación ha sido la contraria. El actual presidente de la Generalitat ha creado un problema sin precedentes poniendo en jaque a la sociedad catalana y a España.
Para empezar Mas ha enfrentado a los catalanes entre sí y con el resto de los españoles. Durante meses ha enarbolado la bandera mentirosa y tramposa de «España nos roba».
Mas llego un día a Madrid para pedirle a Mariano Rajoy un concierto económico para Cataluña como el que tiene el País Vasco. Rajoy le dijo que no y la reacción de Mas fue la de «te vas a enterar» y de ahí pasó a envolverse en la bandera de la independencia.
Desde entonces Artus Mas al que algunos tenían por cabal inició el camino de la independencia apoyado por Ezquerra y unas organizaciones cívicas que se han erigido en portavoces de toda la sociedad catalana.
Eso sí Ezquerra Republicana por aquello de que por la independencia vale todo no le hace ascos a los casos de corrupción en que está inmerso Convergencia. París bien vale una misa decía Enrique IV, y para los dirigentes de Esquerra la independencia bien vale hacer la vista gorda ante la corrupción. ¡Menudos principios!
Artur Mas ha puesto la dinamita para la voladura de la Constitución del 78, esa que ha dado a Cataluña el mayor nivel de autonomía que ha tenido jamás. Esa Constitución que ampara su lengua y su cultura. Esa Constitución gracias a la cual él es presidente de la Generalitat.
Una Constitución con la que no tienen problemas la mayoría de los españoles pero que en un acto más de generosidad todo el mundo estaría dispuesto a que se modificara si eso supusiera la solución al desafío planteado por los independentistas. Claro que hay que preguntarse, y hay que hacerlo con honradez, si los independentistas catalanes se conformarían con una modificación de la Constitución o si para ellos ya no hay vuelta atrás, y se modifique lo que se modifique no se van a conformar.
De todo esto habrá que hablar a partir del 29 de septiembre. El día después que será el momento de empezar a buscar puertas de salida a esta situación infernal creada por Artur Mas y los partidos independentistas.
El problema es que hasta que no se celebren las elecciones generales en diciembre difícilmente se puedan tomar decisiones. Lo que es evidente es que el próximo inquilino de la Moncloa, sea quién sea, tendrá que abordar el problema catalán.
Y ahora solo queda esperar que los ciudadanos catalanes voten con la cabeza.
Julia Navarro