En todo laberinto hay un minotauro, así que ahora estamos a la espera de a quién va a embestir, pero no cómo meros espectadores, sino como probables víctimas, porque el dédalo es ya tan extenso que estamos todos metidos en él.
Desde antes del verano se calculaban en no sé cuántos millones de euros los que se habían dejado de invertir en España. Yo no me creo esos cálculos, porque se basan en hipótesis de factores variables, pero también me consta que las dos especies más cobardes que existen ante los riesgos son los turistas y el dinero. El turista no quiere peligros y el dinero no es un héroe, sino cauto, taimado y prudente. Primera embestida del minotauro antes de empezar la fiesta, o, mejor dicho, en la preparación de los festejos.
El resultado de las votaciones no afecta al dinero que se les debe a los farmaceúticos, ni arregla la deuda de Cataluña, porque la magia sentimental, las emociones seductoras nunca han conmovido a la contabilidad, que se atiene a los números con esa contumacia impasible que es consustancial a la aritmética.
La magia sentimental, las emociones seductoras nunca han conmovido a la contabilidad, que se atiene a los números con esa contumacia impasible que es consustancial a la aritmética
Pero, luego, va a haber emocionantes salidas del minotauro por los pasillos constitucionales y esperemos que Rajoy no se tope con un callejón sin salida, porque los cul de sac son los lugares en los que más disfruta el minotauro y se lo podría llevar por delante. Mas está ya atropellado. Se ha acercado tanto al Sol que le toca ver cómo la cera derrite las falsas alas, y precipitará su caída. Puede que él todavía no lo sepa, pero lo saben sus compañeros de ayer, que ya son un poco menos, hoy, y puede que le nieguen el saludo mañana.
Se trata de un juego peligroso, pero entretenido. El aburrimiento ha sido proscrito. España es como Coria en fiestas y el bicho anda suelto por las calles de España.
Luis del Val