El 27-S ha pasado y el panorama que nos ha dejado es el de una Cataluña dividida. Tras cinco años de gobierno de Artur Mas dedicados a sembrar la discordia en la sociedad catalana, y una década de Mariano Rajoy atizando el anticatalanismo por toda España, las urnas han arrojado un resultado inapelable: el tiempo de Mas y el tiempo de Rajoy se ha acabado. De hecho, si algo ha dicho meridianamente claro el electorado catalán este domingo es que urgen acuerdos para suturar las heridas causadas por tanta irresponsabilidad al frente del ejercicio de gobierno. Acuerdos para superar la división y a quienes dividen. Acuerdos para afrontar los cambios y las reformas necesarias y urgentes. Acuerdos para los cuales están incapacitados quienes han convertido el desacuerdo en su única forma de ser y hacer política.
No aceptando el carácter plebiscitario de estas elecciones, porque ni lo eran ni podían serlo, a nadie se le escapa que no se trataba de unas elecciones autonómicas más: se dirimía algo más que la correlación de fuerzas del próximo Parlamento catalán o el color político de un gobierno precisamente por el empeño del bloque independentista en plantearlas como un desafío secesionista. Y lo ha perdido.
La coalición Junts pel Sí ha resultado, sin duda, vencedora de las elecciones autonómicas: ha obtenido 62 escaños sobre 135. Pero hasta ahí las buenas noticias para Mas, Junqueras y compañía. Porque, sin ningún género de dudas, ha perdido sus pretendidas elecciones plebiscitarias, ya que no ha alcanzado ni el 40% de los votos y, ni siquiera sumando a las CUP, ha logrado acercarse a la victoria en votos. Significativo que en el análisis realizado por los líderes de esta candidatura apelaran a la victoria en escaños -la clave en unas elecciones autonómicas-, pero se olvidaran de contar los sufragios -la clave en un plebiscito-: se permiten hablar en nombre de Cataluña pero ignoran lo votado por los catalanes. Demasiada atención a la patria y demasiada poca a la ciudadanía.
Yendo más allá, si de verdad aplicaran la lógica plebiscitaria a estos comicios, los líderes de Junts pel Sí deberían haber tenido la honestidad de reconocer que si en Cataluña se hubiera votado como circunscripción única su victoria en escaños se habría reducido sensiblemente –de 62 a 57–, con lo cual la mayoría absoluta parlamentaria del independentismo habría quedado comprometida.
Con todo, lo verdaderamente significativo de esta deriva es la pérdida sostenida de apoyo a la causa independentista: hace sólo cinco años CiU obtuvo por sí sola el mismo número de escaños que ahora ha obtenido sumando fuerzas con ERC. Pero si entonces entre ambos partidos sumaban más del 45% de los sufragios, el domingo no han alcanzado el 40%. Desde luego, Mas y Junqueras, lejos de sumar, restan. Restan a sus partidos. Y restan a Cataluña. Su apuesta les ha reportado un sonoro fracaso y les ha dejado en manos de las CUP, auténtico vencedor del bloque independentista.
Por lo que atañe al PP de Mariano Rajoy, ha cosechado un mal resultado sin paliativos, el peor en porcentaje de votos en unas autonómicas desde el año 1992. El inmovilismo, la estrategia del miedo o el bochornoso espectáculo de inanidad política del presidente del Gobierno en su entrevista en Onda Cero la semana pasada han recibido un serio correctivo por parte de una sociedad que no ha olvidado su grandísima responsabilidad en la situación sufrida en Cataluña en la última década. Cataluña le ha enseñado a Rajoy la única puerta que le queda por abrir: la de salida. Solo tengo una pregunta para el señor Rajoy: si tanto dice querer a Cataluña en España, ¿por qué se empeña en alejar a su ciudadanía? ¿Por qué se empeña en ningunear y en excluir las formas de ver, entender y sentir a Cataluña distintas de la suya?
Por lo que atañe a Podemos, se presentaron para ser la alternativa a Junts pel Sí y han acabado obteniendo menos apoyos que los logrados en solitario por ICV hace tres años. Por lo que se ve, el núcleo irradiador solo ha sido capaz de irradiar votos y escaños hacia otras fuerzas políticas. Lejos, muy lejos, de sus expectativas, de los vaticinios de las encuestas o de la suma de los votos de ambas fuerzas en las elecciones europeas de hace un año. Lejos de ser pista de despegue, Cataluña apunta a un aterrizaje forzoso.
Por su parte, en un momento de extraordinaria dificultad el PSC ha luchado dignamente y ha vencido a las encuestas –se mantiene estable dentro de la gravedad-, mientras que Ciudadanos ha sabido capitalizar el gran regalo que le hizo Mariano Rajoy al postergar las elecciones generales a diciembre y entregarle en bandeja de plata la posibilidad de ocupar el centro al que voluntariamente renunció al apostar por el perfil de Xavier García Albiol. Desde luego, y de cara a las generales, el resultado de Ciudadanos añade plomo a las alas de un PP que raya la irrelevancia en Cataluña y sin la que no puede elevar el vuelo en España.
Por tanto, una vez más, se comprueba que colocado el electorado entre la espada y la pared, ascienden las posiciones percibidas como originales, contundentes o más beligerantes: CUP puestos a apostar por la ruptura secesionista, Ciudadanos puestos a apostar por el refuerzo de la unión con el resto de España, motivo por el que nacieron hace diez años.
Hasta aquí el comentario electoral. Pero, al igual que yo, se estarán preguntando ¿y ahora qué? Pues ahora incertidumbre. En primer lugar porque con este resultado queda en el aire la elección de Mas como presidente si las CUP, como han reiterado en múltiples ocasiones, se niegan a apoyar su investidura. En segundo lugar porque, sea presidente Mas o cualquier otro de su candidatura, nadie sabe a qué atenerse: no hay más elemento de unión que el proyecto secesionista. Y con este embarrancado en la realidad aritmética y política, se avecina un callejón sin salida. Un logro verdaderamente notable el de Mas y Junqueras: donde antes había dos partidos con dos programas, ahora no hay ni partidos ni programas. Han convertido su proyecto independentista en un conjunto vacío.
Lo decía hace unos días aquí mismo, antes de que hablaran los ciudadanos: es necesario abandonar la política de choque de trenes y recuperar el espíritu de diálogo para alcanzar acuerdos que permitan desbloquear la situación, recomponer puentes y restaurar la convivencia.
Tras el paso por las urnas, Cataluña ha ratificado mayoritariamente su deseo de seguir construyendo un futuro común con el resto de España. Y han optado mayoritaria e inequívocamente por opciones que rechazan el inmovilismo y que apuestan por reformas profundas en nuestro modelo de convivencia. Pero tampoco se puede obviar el altísimo apoyo que han recibido candidaturas que propugnan la independencia a toda costa.
Como dije entonces, todos deben asumir que existe una voluntad mayoritaria en la sociedad catalana de revisar la relación de Cataluña con el resto de España. Y, desde mi humilde opinión, esto solo puede hacerse de la mano de una reforma constitucional que atraiga hacia una solución común a quienes hoy se encuentran en extremos contrapuestos.
Por el bien de todos, dejemos a un lado las posiciones maximalistas y tratemos de hallar el mínimo común denominador que maximice el progreso y bienestar de Cataluña y el resto de España.
José Blanco