Los que iban a asaltar el cielo han sacado el 8,9%. Los que iban a proclamar en los balcones la república catalana, el 8,2%. Lo demás, un follón; tres elecciones autonómicas después, estamos, más o menos, como estábamos: una sociedad catalana absolutamente fracturada, unas instituciones paralizadas y una sociedad desasistida.
Los que no han llegado al 50% se sienten legitimados para imponer su hoja de ruta a los que son más. Los que son más están tan fracturados que no podrán articular lo que toda democracia necesita: alternativa y alternancia.
Volveré sobre el cielo y el ruido más adelante pero quiero señalar dos factores de los resultados en Catalunya que me parecen importantes para su futuro inmediato: la irrelevancia del discurso de la izquierda y la relevancia de una derecha sin discurso.
Nunca en Catalunya la cultura política de derechas tuvo los 36 diputados que hoy suman Ciutadans y el PP. Los 123.000 votos perdidos por el PP solo explican una parte de los casi 500.000 que gana Ciutadans, aparente movilizador de una parte muy importante del aumento de la participación electoral.
Sin embargo, esa derecha, que suma el 26% del electorado, carece de un discurso político que pueda enraizar con un catalanismo no independentista, cooperar con una política de estado o articular una alternativa de gobierno. La articulación de ese discurso es perentorio si se quiere influir en la orientación del país.
En el caso de la izquierda, la irrelevancia de su discurso es más grave. En las primeras elecciones catalanas, el PSUC (18,6%) y el PSC (22,3%) sumaron más de un cuarenta por ciento del electorado.
Ese resultado no solo permitió moderar al nacionalismo al que se permitió gobernar. También, integrar al independentismo más radical en la tarea de reconstrucción democrática y social del país. PSUC, y en menor medida el PSC, representaban una cultura nacional catalana, no independentista ni soberanista, que permitió cumplir sobradamente la función que corresponde a la izquierda política: introducir razón en los procesos extremos, incorporar al país a “los otros catalanes”.
Lo que hoy se ha conseguido es que este discurso carezca de relevancia. Los que pretendían asaltar el cielo, los que como en Andalucía son el cambio que nada cambiará, no solo han vampirizado la referencia del catalanismo nacional de izquierda sino el discurso ecosocialista que, con notable esfuerzo, había construido durante años Iniciativa per Catalunya, en su difícil tránsito desde el postcomunismo.
Mientras Ciutatadans ha logrado hacer desaparecer ante su electorado los rasgos de derecha extrema que tenía y tiene, Podemos no ha conseguido privarse de su imagen de izquierda extrema. No solo ha contaminado a Iniciativa per Catalunya de atavismos que había perdido, también ha perdido la enloquecida carrera por convertirse en socialdemócrata en dos tardes que había emprendido.
No cambiar nada, no asaltar el cielo, pero destrozar la cultura nacional de izquierda es la contribución de la errática campaña de Errejón, el confuso discurso de Iglesias y el seguidismo de muchos, tomen nota, respecto a lo que emerge, sumergiendo discursos y referentes personales notablemente respetados en Catalunya. El cambio emergente era y es menos que Iniciativa. Es lo que hay. Y espero que la culpa no sea del pueblo.
Creo que lo he escrito aquí más de una vez. La ira y el ruido de los hijos de la pequeña y mediana burguesía castigada por la crisis no es suficiente para articular mayorías. Necesitamos una cultura política que atienda a los problemas de la gente, el respeto a la cultura que representa el trabajo y voluntad de diálogo más que de groseras imposiciones.
A la mayoría social catalana se le ha privado de ambas cosas: de izquierda y de discursos de diálogo. Es fundamental reencontrar ambas cosas. Es fundamental, igualmente, que quien tenga que escuchar por aquí, en vísperas de generales, escuche.
La desaparición de la izquierda, su inmersión en evanescentes discursos, solo conduce a “decepciones”, es decir a derrotas. La sumisión a la imposición de parrillas electorales soberbias solo lleva a renuncias de discursos que la sociedad necesita como forma de imponer razón en los extremos.
Es la izquierda la que debe asumir el cometido de imponer razón. La renuncia es una irresponsabilidad que solo conduce a que sean relevantes los que defienden el ruido. Ruido o relevancia, eso es sobre lo que hoy debatimos, y no pinta bien.
Libertad Martínez