Los escaparates de las librerías portuguesas acogen este año un aniversario, la conquista de Ceuta en 1415. Cuatro títulos sobre el tema se hacían compañía a finales de agosto en una librería-papelería de la asombrosa y recomendable ciudad de Évora.
Nada menos que 20.000 caballeros y soldados portugueses, ingleses, gallegos y vizcaínos, en 200 barcos, tomaron la ciudad.
La fecha tiene su importancia pues es considerada el inicio para Portugal de lo que denominan Era de los descubrimientos, dos siglos en los que nuestro vecino fue pionero en abrir rutas comerciales e inicio de la expansión colonial de Europa por medio planeta. Ceuta fue la primera de las posesiones portuguesa en África y su conquista portuguesa ha sido calificada como el inicio de la globalización.
Habrá que esperar hasta 1640, por tanto dos siglos y cinco lustros, para que Portugal se revuelva contra la efímera unificación peninsular bajo los Austrias, consiga definitivamente su independencia mientras Ceuta se queda bajo la autoridad hispana de Felipe IV.
El tiempo es flexible. Dicen las crónicas que se han encontrado en Ceuta restos humanos de hasta 250.000 años de antigüedad, que ya son años y humanidad en fecha tan lejana; ha sido asentamiento fenicio, cinco siglos romana, pasaron vándalos y bizantinos, siete siglos islámica, dos portuguesa y lleva tres siglos bajo soberanía española.
Portugal sigue hoy en la bandera de Ceuta (la misma que de Lisboa), en sus murallas y en su historia, por lo que sorprende el perfil bajo con que los responsables políticos de la hoy ciudad autónoma han querido pasar de puntillas por el aniversario.
Con la excepción de Ceuta, resulta interesante que se asocie la expansión colonial portuguesa con la palabra descubrimiento, la española suele ir ligada a conquista, y la expansión islámica por la península fue directamente una invasión, sin relación aparente cada termino con la resistencia local a la llegada del en ese momento extranjero.
De aquella era dorada de los descubrimientos que comenzó en Ceuta queda un sueño cosmopolita que aún conserva Lisboa, la incorporación natural de elefantes y palmeras a su arquitectura y monumentos más serios, su respeto por el café y la porcelana.
Quizá no sea un disparate pensar en esta época de renacionalizacion, tensiones separadoras y desconfianza hacia Bruselas, que España y Portugal tendrían mucho que ganar estrechando relaciones al máximo hacia la utopía ibérica de Saramago, un gran Estado federal con capital en Lisboa, Congreso en Madrid y Senado en Barcelona.
Un barómetro de opinión hispano-lusa elaborado por la Universidad de Salamanca ofrecía hace pocos años la preferencia mayoritaria en ambos países (alrededor del 40% de los encuestados) a favor de la integración.
Sería útil, entre otras muchas cosas, para ahorrar quizá algo en Defensa, para desbloquear el AVE a Lisboa, disfrutar de la literatura portuguesa, prestigiar el dialecto gallego, hasta se podrían extender a toda la península los premios que ofrece hoy la Hacienda portuguesa por pagar el IVA en las facturas.
Compartimos historia prerromana y latina, islámica, medieval, presente y futuro común.
Viajando por Portugal, callejeando por Lisboa, se tiene una doble sensación, una en gran parte familiar, otra desconocida y misteriosa.
Los portugueses parece que descubrieron algo sabio hace ya tiempo que no nos han contado. Sería la ocasión de compartirlo.
Carlos Penedo