Al margen de asegurar que legalmente no desobedeció al Constitucional en el famoso pseudo referéndum del 9-N, el aún presidente de la Generalidad respondía/advertía en Catalunya Rádio sobre las consecuencias posibles de su próxima imputación: «Durante este proceso -dijo Mas- Cataluña podría llegar a la conclusión que no le interesa el actual ordenamiento jurídico y decide cambiar de marco». Así, con un par, que diría Sabina aunque refiriéndose el cantante al pintoresco ladrón llamado «El Dioni».
Hombre, uno comprende que tras el fracaso en las urnas, Mas y los suyos se hayan venido arriba -el famoso efecto rebote- pero de ahí a cambiar de marco jurídico como quien cambia de almohada en una mala noche de hotel, hay un abismo. No es fácil esperar algo de mayor calado en un político que utiliza la expresión «de buen rollo» para explicar cómo quiere romper con España. Pero lo preocupante no es sólo esa idea peregrina de cambiar de marco jurídico como quien cambia de corbata sino afirmarlo en nombre de Cataluña.
Yo no sé si pese a los filibusterismos y las trampas en el solitario que ellos mismos se hacen, nadie le ha comunicado -nadie salvo, mire usted por dónde, la CUP- que ellos no son Cataluña y que más de la mitad de los habitantes de Cataluña han tumbado lo que nunca fue un plebiscito aunque lo pretendieran presentar así a los amigos. Es que esa identificación de los nacionalistas con algo tan complejo como un territorio, es una historia ya cansina, viejuna, repetida hasta la saciedad y en la que todo el mundo se sabe de memoria los ingredientes para que suba el suflé: sentimentalidad, enemigo exterior y victimismo. Qué manía la de la saga por ahora sin fugas de los Pujol y de Mas en remachar ese absurdo del absolutismo: Cataluña soy yo. Ya está bien.
Pero siendo este ya un tema recurrente, lo preocupante es que vas examinando de una en una las salidas al llamado «problema catalán» que proponen cada uno de los partidos y no te encuentras más que con frases de fogueo, palabras y retóricas imposibles llenas de buena voluntad, sin duda, pero que dejan de ser tan ilusorias como lo de «salirse del actual ordenamiento jurídico» de Mas.
Hay quien propone dar la vuelta al resto de España para que Cataluña -los políticos nacionalistas catalanes- se sientan cómodos. ¿Y por qué están incómodos ellos y nosotros no? ¿Y por qué tengo que cambiar yo para que otros estén bien? Pero es que además ya han dicho por activa y por pasiva que no quieren otra cosa que la independencia, de buen rollo, eso sí, pero sin alternativas a la secesión: ni reforma de la Constitución, ni estado federal ni leches: independencia aunque sin salir de la UE y sin echar demasiadas cuentas no vayan a salir esquilmados.
Y como aquí ya vale todo, por si éramos pocos, salta la CUP que es casi todo lo que se puede ser en la izquierda y que termina en «ista» (anticapitalista independentista, feminista, ecologista, pancatalanista etc.) y propone en boca de su número dos, Anna Gabriel, (lean despacio, por favor) «un formato de gobierno menos presidencialista, que refleje la transversalidad del independentismo». Perdón, ¿podría repetir? Pues más o menos una presidencia compartida o coral que sería la única forma de salvar a Mas del abandono total -que la propia CUP le había anunciado- aunque no como presidente; algo se le buscaría por ahí.
Hay que volver a las fuentes para entender todo esto. Hace unos días nos referíamos a la «zapaterada» de que iba a probar lo que el Parlamento de Cataluña aprobara. Ahora cabe recordar una de las frases más célebres en el Senado por el presidente: «El concepto nación es discutido y discutible». Y tanto.
Andrés Aberasturi