sábado, septiembre 21, 2024
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El premio Nobel de literatura

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Aunque uno mantenga sus más que fundadas dudas sobre los criterios que llevan a la atribución del premio Nobel de literatura, que a la vista de los seleccionados se refuerzan año tras año, no le duelen prendas en reconocer al mismo tiempo que algunos de los galardonados fueron excelentes escritores que, además, no merecen el olvido en el que hoy se encuentran, a pesar, o por haber recibido tan ilustre galardón.

Son muchos los magníficos escritores que en este sentido podríamos recordar. También son legión, los otros, aquellos autores mediocres que, desde nuestras actuales perspectivas, no pasan el filtro de ese mínimo interés universal que justificaría el reconocimiento que en su día recibieron por parte de la Academia sueca. Como ya he mencionado en alguna ocasión, recuérdese, y con esto queda todo dicho, que en 1922 el galardonado fue ni más ni menos que el bueno de don Jacinto Benavente, iniciando toda una serie de distinciones basadas no tanto en pretendidos méritos literarios como en criterios bien pensantes, propios de la conservadora sociedad de la época.

Sin embargo, el galardonado del año anterior fue Anatole France, uno de los gigantes de la literatura europea, y a la vez uno de los escritores más injustamente olvidados en nuestros poco leídos y atribulados tiempos. Es más, hay quien afirme categórico que el del año 1921 fue el último premio Nobel atribuido con criterios literarios. Uno, aunque sin llegar a tales extremos, comparte en cierta medida tan vehemente afirmación, pero sobre todo se pregunta sobre qué es lo que ese premio pudo añadir a la acrisolada gloria de Anatole France. Es más, uno llega a pesar si no sería este premio el que provocó, precisamente, que se iniciara el siniestro proceso que al final desembocaría en el definitivo olvido del gran autor francés.

Siempre con estas dudas sobre si es o no conveniente para un autor recibir el premio Nobel, como a uno le gusta hurgar entre los papeles viejos de los mercadillos, encontré hace poco en París una larga carta dirigida al gran maestro. Está firmada por una cierta Mademoiselle Milly G., escrita en un lenguaje que ya por entonces estaría pasado de moda, con algo de ese estilo que las monjas del colegio de San Luis de los Franceses impusieron durante años a las soñadoras señoritas de media Europa. La carta está fechada en Viena el día 22 de julio de 1922, esto es casi año y medio después de que Anatole France hubiera recibido el premio Nobel.

No entraré, como es natural, en los detalles no siempre convenientes de la misiva, pero sí concluiré con uno que me parece ilustrativo. La señorita Milly G. aunque repase todos y cada uno de los méritos literarios –y no sólo– de Anatole France, no alude en ningún momento al Premio Nobel.

En cualquier caso, bienvenido sea el famoso galardón si de alguna manera contribuyó a que esa joven y arrebatadora señorita austriaca se atreviera, no sólo a escribir, sino a enviar tan ardientes propósitos y si otros galardonados más recientes reciben también parecidas cartas.

Ignacio Vázquez Moliní

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