La explicación de Pablo Iglesias para no asistir a la recepción del Rey en el Palacio Real sólo se entiende si está fabricada para ser carne de columna, objeto de viñeta, tema de chiste. Ni siquiera es provocadora; dice textualmente: «Consideramos que nuestra presencia es más útil en la defensa de los derechos y la justicia social en este país, como hacemos a diario junto con otras personas, organizaciones e instituciones, que en este tipo de actos». Y todo esto después de haber montado el lío al creer que no había sido invitado, pero sí; lo cual que viene a demostrar que lo que realmente le molestaba al líder podemita no era el no haber sido invitado sino la imposibilidad, en ese caso, de responder con la parida mayestática que lo ha hecho. La frustración de la no invitación venía dada porque la respuesta ya estaba escrita desde antes.
Cuando pasan esta cosas institucionales uno tiene la impresión de la suerte que han tenido algunos de estar en la cosa púbica en un país como esta España democrática donde todo vale; porque nadie se imagina estas actitudes en naciones como Francia, Inglaterra, EEUU, Cuba o Venezuela. En los primeros casos porque el día de la nación es algo serio y respetado se entienda lo de nación en el contexto que se entienda, y en los dos casos últimos porque no hay un par para decir estas cosas. No hay más que recordar las convocatorias del dictador en La Granja. O sea.
Yo no sé si estas actitudes refuerzan o no los líderes de la izquierda antigua, pero me inclino a pensar que no, que a la gente, en general, le gusta la buena educación, las buenas maneras, y que este tipo de respuestas provocan un rechazo porque es un desaire no dirigido al Rey ni a los mil quinientos invitados que sí acuden, sino un poco a todos nosotros, a los que, ideologías al margen, nos parece lógico que un día al año sea el día de todos. Pero comprendo que este mío es un discurso de anciano que comulga fieramente con los versos de aquellos grandes comunistas que fueron Blas de Otero o Celaya y para los que España era bastante más que un coyuntura en un tiempo bastante más expuesto que el de ahora.
Y en lo que ya ni entro es en la respuesta de Pablo Iglesias porque todo se ha escrito sobre el infantil disparate. Hay cosas que se dicen y luego uno se arrepiente de haberlas dicho o expresado de la forma que lo hizo. Me temo que nunca lo reconocerá, pero todo en el comunicado de Pablo Iglesias declinando la invitación, es un error ridículo. Si la invitación era personal, sobra ese plural mayestático en la respuesta y sobre todo no se sostiene, si no es para chancearse, el contenido del texto: desde luego que «la defensa de los derechos y la justicia social» lleva mucho tiempo y una dedicación plena pero de lo que no estoy muy seguro es de que «este tipo de actos» (la famosa recepción) no sea un lugar idóneo para seguir con esa lucha que obsesiona día y noche sin interrupción a Pablo Iglesias.
No es serio que estas cosas pasen. Estar todo el santo día cuestionando la realidad de España desde todos los sitios y en todos los contextos, resulta ya cansino, antiguo, negativo y absurdo en quien aspira a gobernar a todos los españoles.
Andrés Aberasturi