Cómo ha cambiado el cuento. Si en los tiempos de Pablo Iglesias (el fundador del socialismo español, cuidado con las comparaciones odiosas), la utopía era la sociedad sin clases, ahora es el reformismo pregonado por Pedro Sánchez como resorte de la campaña electoral a punto de formalizarse con la disolución de la Legislatura. Reformas que incluyen un nuevo Estatuto de los Trabajadores y nuevos pactos de la clase política en materia educativa, fiscal, pensiones, constitucional y territorial.
Así el diálogo se constituye en 'leit motiv' del discurso del PSOE, que ha vuelto a entrar en el partido un año después de estar prácticamente desahuciado. Frente a la estabilidad, como argumento central en el relato del PP. O sea, el reformismo que pregona Sánchez frente a la estabilidad que pregona Rajoy. Como si fueran aspiraciones contrapuestas.
El diálogo se constituye en 'leit motiv' del discurso del PSOE, que ha vuelto a entrar en el partido un año después de estar prácticamente desahuciado
No lo son, no deben serlo, aunque se presenten ante los electores como dinamismo que arriesga ante la apuesta que aparentemente quiere dejarlo todo como está. Tampoco es eso, pero el PP corre peligro de que lo parezca si siguen rindiendo culto a la estabilidad para rebatir lo que a sus dirigentes les parece aventurerismo socialista. «No podemos dejar el país en manos de quienes sólo tienen ocurrencias», decía este fin de semana Andrea Levy.
El verdadero peligro en materia de inestabilidad está muy localizado en Cataluña, donde los independentistas siguen unidos en el sí a la ruptura con España pero separados en el sí a Artur Mas. Demasiada presión sobre los que por nada del mundo quisieran acabar en la lista de «malos catalanes». Entre ocurrencias tales como gobierno «coral», «rotatorio», «triunvirato», se multiplican los indicios de que el proceso va camino de tener el mismo problema que arruinó la construcción de la Torre de Babel, con aquella bíblica historia de la confusión de lenguas.
No menos absurdo sería el camino a seguir después de haber resuelto el problema de la constitución del Parlament y la investidura del president. Es decir, cuando la nueva cámara catalana informe al resto de España y al resto del mundo de que ha decidido iniciar el camino de no retorno hacia la independencia. Mera declamación que no conducirá a nada pero traerá nuevos quebraderos de cabeza en función de esa ese mínimo nivel de estabilidad y seguridad jurídica que necesita la sociedad y necesitan los actores económicos, políticos y sociales para evitar el hundimiento de esta parte de España.
En ese punto sí tiene razón Rajoy cuando se habla de «estabilidad», «previsibilidad», «sentido común», como la tenía Victor Hugo –véase ahí una odiosa comparación–, al comparar «horas de llamas» con «años de humo». Y ese si es un cuento que deben aplicarse todos. Especialmente los que tienen más tendencia a perderse en las ocurrencias denunciadas por Andrea Levy, como las de Podemos y otros populismo de nuevo cuño.
La última viene firmada por el otro Pablo Iglesias –el malo– y consiste en desmarcarse de la invitación del Rey a la Fiesta Nacional solo por ir de estupendo. Lo que le faltaba a Iglesias para seguir perdiendo transversalidad a chorros.
Antonio Casado