Irene Lozano tiene un alto concepto de sí misma. Dice haber aceptado la oferta de Pedro Sánchez por lo sugerente del encargo: propuestas de regeneración democrática. «Las posibilidades de hacer eso en UPyD eran nulas», añade, mientras trata de abrirse paso entre las caras de sello que le van poniendo los dirigentes socialistas, que, por cierto, se enteraron por la prensa de su inesperado traspaso al partido que hasta hace cinco minutos ella veía como un nido de corrupción.
Entiende los recelos de «algunos militantes». Mentira. Algunos, no. Muchos y cualificados, como los dirigentes de la poderosa Federación andaluza, cuyo «cortijo» dio muchos días de gloria a Irene Lozano en el Congreso, por cuenta de los ERE. Que le pregunten al presidente asturiano Javier Fernandez, víctima de las presiones de aquella para que el único diputado de UPyD, Ignacio Prendes, le retirase su apoyo. O al presidente extremeño, Fernández Vara, que reclama de la nueva estrella una petición de disculpas por haber hermanado durante tanto tiempo al PSOE con el PP en materia de corrupción.
Y por ahí llegamos al fondo de la cuestión. En dos planos del análisis. Por un lado, las disculpas que reclaman Vara y otros. Por otro, las declaraciones de ésta en las que promete hacer lo posible para ganarse a los socialistas con su trabajo, que, recordemos, va a ser el de la regeneración democrática. Caiga quien caiga, se supone. ¿O no?
Ella se resiste a pedir esas disculpas. Lógico. Pedir perdón por haber considerado al PSOE un partido corrupto sería tanto como admitir que se inventó los supuestos de corrupción en sus filas. Y desde el punto de vista del PSOE sería tanto como admitir que acaba de fichar a una mentirosa, pues la petición de disculpas solo sería creíble en caso de que ella admitiese que los escándalos en el PSOE en realidad eran inventados.
Por tanto, lo coherente con el compartido deseo de Sánchez y Lozano de sanear la vida pública no es que ella pida disculpas por haber afeado las malas prácticas en el PSOE, sino que persista en su empeño y haga bien su trabajo para, según ella, ganarse el favor de los socialistas.
Hacer bien su trabajo es combatir la corrupción y denunciarla, venga de donde venga, mediante sus famosas «auditorias democráticas», también la que anida en el seno del partido que acaba de acogerla en sus listas electorales.
Y ahí le duele, porque si hace bien el trabajo encomendado por Sánchez, me parece que va a durar un minuto en el PSOE, salvo que de la noche a la mañana este partido se haya convertido en el más honrado y más transparente del mundo. Ese es el dilema de Lozano, porque si no lo hace, si de repente se cae del caballo y descubre un PSOE limpio como una patena, pensaremos que se ha vendido por un escaño. A ver si va a ser eso.
Antonio Casado