Pongas la cadena de tele que sea o la de radio que te dé la gana, en la una está Rivera y en la otra Iglesias, o los dos al tiempo como sucedió el domingo en Salvados. Y conste que no es crítica, es evidencia. Si están es porque les llaman y, a tenor de las audiencias, porque la gente los ve y los escucha. Y dan eso que se llama 'share' que vale su segundo en oro.
Pero uno, con dos meses de campaña por delante, y con todos los discursos, intervenciones, entrevistas y debates que ya se lleva trasegados, empieza a no tener más pases. Que piensa, vamos, que tal uso y abuso puede llevar al empacho y al hartazgo. Máxime cuando luego sus tropas, por las redes sociales esas que son cada vez mas de agitación y propaganda, te repiten como loros infatigables todas y cada una de las consignas. Pero uno es que es muy raro.
Ellos y sus equipos tendrán esto muy medido pero, por puro cansancio de materiales, habrían de plantearse que de golpe el disco que más se oye, una y otra vez, y todos ponen, se convierte en rayado. Que algo de eso le empieza a parecer al menos de uno de los dos ¿contendientes? del domingo. Pablo Iglesias ya nos resulta viejuno y cansino y el recetario cada vez suena más a monserga y predica sin trigo. Pero el de Ciudadanos quizás debiera pensar que algo similar le puede pasar a él mismo si no se mide. Que de una socarrina a lo Carmona nadie está a salvo, aunque cierto que unos más que otros.
Albert Rivera afronta estos dos meses con el viento en las velas, que le sopla, desde las elecciones catalanas, con fuerza y consistencia. Y de su encuentro con Pablo Iglesias salió muy bien librado. La percepción, según algunos sondeos posteriores del muy celebrado y seguido debate propiciado por Évole, es que Rivera se lo comió, muy suavemente en formas y con mucha sonrisa, con patatas. Que si el argumento fuerza del Podemita era el nombre de algunos periodistas que manifiestan simpatías por su rival es que no debe tener muchos y no digamos si se echa un vistazo al pelaje de quienes fueron su mecenas económicos y referentes, de los que ahora se avergüenza, y sus tenebrosas compañías por las herriko tabernas. Y en cuanto al lenguaje corporal, ese tan importante en pantalla, pues afloró con cada vez mayor nitidez que mientras que Rivera habla hacia los demás, como intentando convencerlos, Iglesias parece como que su disfrute sea el escucharse a sí mismo.
En cualquier caso, mi impresión final es que sobran y sobrarán cada vez más el humo y las vaguedades. Que los «hay que..» están muy bien pero que si no van precedidos del «cómo» se quedan en una declamación que, tras repetirla muchas veces, acaba en no tener sustancia. Que no nos digan más veces que van a reformar la Constitución, sino que de una vez por todas nos aclaren, ¡por favor, señor Sánchez! el «qué», el «para qué» y el «cómo». Y lo mismo del empleo, de la corrupción, de la ley electoral, de todo. Que ya sabemos que tienen las mejores intenciones en mejorarlo, pero que nos digan el «qué» y el «cómo». No sea que las recetas sean de las que no hay quien se las coma.
Antonio Pérez Henares