Todas las mañanas llega a la Comisaria de la calle Montera andando con dificultad. Hay ocasiones en que otros compañeros tienen que prestarle atención, pues poco a poco se ha ido deteriorando su estado físico. En el vestuario, se viste con el uniforme azul -aunque a veces necesita algo de ayuda-, y baja a la oficina. Saluda con buen talante al personal civil y al policial, para a continuación sentarse frente al ordenador y enmarañarse con un sinfín de estadillos, escritos y asuntos burocráticos. A media mañana almuerza ligeramente y vuelve al trabajo. El sargento le pide que descanse un poco más, pero él se niega. Anhela seguir sirviendo, ama su trabajo.
Desde joven quiso ser policía, le daba igual el cuerpo. Pretendía cambiar un trocito de mundo, aportar un granito de arena para que las cosas fueran más fáciles y sencillas. Sirvió como patrullero en coche, andando con el calor y el frio; intervino en robos, peleas de comunidad de vecinos; atendió heridos en accidentes y todas esas pequeñas/grandes cosas que la Policía Local realiza a diario.
Pero un aciago día le diagnosticaron Esclerosis múltiple. Aunque trató de continuar con el servicio normal, resultó imposible. Poco a poco las piernas comenzaron a fallarle y los dedos de las manos a agarrotarse. Los médicos le dijeron que debía jubilarse, pero se negó. Quería seguir su tarea. Así que le nombraron oficinista, un puesto acorde con su dolencia.
No pretendo escribir un lacrimógeno artículo. No necesita compasión, ni la pide. Nació Policía y así morirá. Porque esta es una de esas profesiones que ocupan la vida entera. Esta es una de esas profesiones de las que no puedes escapar sino en la otra vida. Servir y proteger es un lema que muy pocos pueden llevar por bandera y que muchos son incapaces de comprender, absortos en el egoísmo primario del ser humano.
Solo pido a mis lectores, que cuando pasen por la Comisaria de la Calle Montera se detengan un momento y reflexionen. Dentro hay hombres y mujeres que arriesgarían su vida por usted sin dudarlo un momento. Y si tienen un poco más de tiempo, sabrán que en las oficinas esta un hombre que continua sirviéndoles a pesar de que no puede apenas moverse. He conocido a lo largo de mi vida a muchos personas. Algunas extraordinarias, otras normales y las menos deleznables. Sepan que dentro de esas dependencias trabaja un hombre extraordinario, que posiblemente cada día, cada hora, cada minuto, se preguntará porque le toco a él. Yo creo tener la respuesta. Debía demostrar de qué pasta estaba hecho. De la pasta de los hombres de verdad.
Hace poco, en la festividad del Cuerpo de la Policía Municipal, las autoridades le condecoraron. Acudió postrado en silla de ruedas y al día siguiente estaba de nuevo en su puesto de trabajo, tomando su frugal almuerzo con café malo de máquina. En realidad no era necesario el reconocimiento público pues desde que nació lleva prendidas en el pecho dos medallas: la de la dignidad y la del orgullo.
Y si cuando pasean por el centro de Madrid al mediodía, recorren la calle Montera, estén atentos a las puertas de la Comisaria. A lo mejor ven salir a un hombre joven que apenas puede andar, apoyado en el brazo de otro compañero. Salúdenle con respeto. Se llama Jose Manuel Jimenez Toledo y es Policía, como siempre quiso ser.
Gracias amigo.
José Romero