La mayoría de las personas con las que hablo sobre la posibilidad de comer insectos e invertebrados, rebaten la idea sin pensarlo dos veces. Esgrimen decenas de argumentos, pero el más asumido es su «repulsiva presencia». Esos animalitos —según afirman— se rechazan con solo mirarlos. Nunca dicen: «Su olor, después de cocinados, no es agradable». O «su sabor no es el mejor».
En muchos aspectos de la vida, aún nos dejamos dominar por añejas costumbres y falsos paradigmas. Los hábitos alimentarios no son una excepción, sobre todo en esta parte del mundo, el hemisferio occidental. Sin embargo, un reporte de la ONU indica que «los insectos podrían ser la solución para algunos de los problemas de alimentación y salud del mundo».
Son nutritivos, abundantes y no contaminan el medio ambiente. Lo puedo afirmar porque lo he comprobado personalmente: en muchos países se les considera un elemento básico de la dieta. En Bangkok, ciudad que visite hace unos años, comer insectos forma parte de la alimentación cotidiana.
La capital tailandesa, según las estadísticas, es la segunda ciudad más visitada del mundo, solo superada por Londres. Recibe más turistas que París. La inmensa mayoría de los visitantes que recorren sus calles comen insectos, invertebrados, algas y otros platos, los mismos que rechazan en cuanto regresan a su país de origen.
No sugiero que de hoy para mañana rompamos este paradigma alimenticio, pues es muy difícil; pero sería muy útil comenzar a trabajar con las nuevas generaciones. No por capricho o excéntrica modernidad, sino por pura necesidad.
El mundo coquetea con los siete mil millones de habitantes. El desarrollo de la agricultura y la ganadería no alcanza para alimentar a la creciente población. Se hacen esfuerzos enormes para aumentar la producción de alimentos, la mayoría de las veces utilizando hormonas y otros elementos químicos, que son más dañinos para la salud que cualquier plato «no tradicional», por llamarlo de otra manera.
Yo los he comido, pero no les describiré el menú. Algunos podrían exclamar: «Ismael, ¡tú comiste esa cosa!«. Sí, lo he hecho, y he observado a mi alrededor a muchas otras personas saboreando su plato. Te aseguro que es un alimento sano, nutritivo, atrayente al paladar y digestivo. Para disfrutarlo, solo hay que luchar contra viejos prejuicios alimentarios, convencidos de que, como reza un viejo refrán, «los seres humanos muchas veces vemos las cosas como somos, no como son».
Ismael Cala