Las encuestas, las sacrosantas encuestas, giran y giran; yo sí creo en ellas, en el conjunto de ellas, como un indicio, por supuesto falible, de por dónde camina eso tan inaprehensible que es la opinión pública. Luego vienen la opinión publicada, el sentido común, el oteo de los vientos, la cocina, y ahí tenemos el resultado que ponían sobre la mesa este domingo algunos analistas para nada banales: ¿y si resultase que, tras estos cincuenta días escasos que nos restan hasta el 20 de diciembre, un tal Albert Rivera se consolidase como el próximo presidente del Gobierno, sustituyendo a Mariano Rajoy y pactando con un PP que tendría a alguien diferente a la cabeza?
La pregunta es algo más que un titular arriesgado, claro está. Y ni siquiera es, hoy –hoy–, una hipótesis probable. Sobre todo ahora, cuando el actual inquilino de La Moncloa parece haber abandonado el pertinaz error de no moverse, de mantener las puertas de 'su' palacio cerradas a cal y canto, rechazando las reformas, los diálogos.
Fíjese usted si la situación es volátil que, hace dos semanas, los rumores en los caóticos cenáculos y mentideros de la villa y corte daban casi a Rajoy por amortizado, se hablaba muchísimo de Núñez Feijoo –que no sabe cómo quitarse de encima la patata caliente del bulo–, de Soraya Sáenz de Santamaría –que sigue sin tener quórum de aceptación en el Gobierno que ella misma vicepreside–, de Alfonso Alonso, de Ana Pastor, hasta de Pablo Casado, que es aterrizaje reciente en el PP… Yo qué sé.
Y hoy, en cambio, en el PP, donde la tozudez inmovilista de Rajoy desesperaba, todo es euforia ante las subidas en los sondeos y el giro copernicano del presidente, que hasta intercambió sonrisas, y no por el plasma, con Pablo Iglesias en el 'bunker' –líder de Podemos dixit–, y lo repitió como si fuese un hallazgo-monclovita.
Con la misma velocidad, en las mismas dos semanas, los tiránicos sondeos han colocado a Pedro Sánchez casi en tercera posición, tras Rajoy –que, pese a su escasa popularidad personal, encabeza la intención de voto– y tras el líder de Ciudadanos, que sigue ascendiendo imparable, a pesar de sus errores de comunicación –claro que los de Rajoy y Sánchez son mucho mayores– y a algunas cosas que predica.
Por ejemplo, el fin del régimen fiscal vasco y navarro, o el no gobernar de ninguna manera con los nacionalistas. Claro que todo es relativo y hay cosas que mañana no podrán sustentarse: ya dijo Romanones (creo que fue él) que, en política, «cuando digo jamás, quiero decir hasta esta misma tarde». Que se lo digan a Pedro Sánchez, que jamás, aseguró, iba a pactar con el PP y ya anda guiñando el ojo a Rajoy, a la fuerza ahorcan, ante el conflicto catalán.
Y también le guiña a Rivera, claro –bueno, a Rivera todos le 'hacen ojitos'–, pidiéndole un pacto de reforma constitucional, que sería, dice, lo único que arreglaría el conflicto territorial evidenciado por Mas. Y, por cierto, también por Urkullu, que dicen que se ha negado a ir a La Moncloa a hablar, como los demás líderes políticos, de cómo consolidar la unidad de España.
Volvamos, pues, a la pregunta que constituye el titular de este comentario. ¿Y si Rivera, un personaje secundario en la política española ¡hace nueve meses!, se encaramase hasta el principal despacho en La Moncloa? Se supone que tendría que contar con la anuencia, y con los votos, del PP o del PSOE.
Si la jugada fuese verdaderamente audaz, debería intentar contar con los votos de ambos, tendiendo manos a centroizquierda y centroderecha. Unas manos que servirían para atenuar el excesivo ardor antinacionalista del líder de Ciudadanos. Claro que, si se atiende rigurosamente a lo que sugieren los sondeos, ese 'pacto a tres' lo podría encabezar el más votado –Rajoy, o quien fuere por el PP; Sánchez, o quien fuere, por el PSOE, o Rivera–, en una Legislatura hondamente reformista y abreviada a, por ejemplo, dos años.
Tiempo más que suficiente, si tenemos en cuenta que Adolfo Suárez, que es el modelo ahora para todos, dio la vuelta al Estado en once meses, para una profunda regeneración democrática de España, con Cataluña incluida. Quizá con referéndum inteligentemente planteado que contentase a los catalanes, y perderían sin duda los independentistas, incluido. Que la inevitabilidad de esa consulta, que PP, PSOE y Ciudadanos consideran imposible hoy por hoy –veremos mañana, o dentro de un año– no es algo que haya salido tan solo de la cabeza de Pablo Iglesias tras una noche de pesadillas.
Pero claro, a ver quién es el guapo que a cuarenta y ocho días de unas elecciones tan decisivas como las que vienen, plantea estas cosas tan rupturistas. De momento, lo que importa es salir bien en las teles, ganar los debates –sean del formato que sean, que todas las fórmulas están planteadas ante los 'estados mayores' de los partidos en campaña–, hacer propuestas creíbles, pero que no comprometan demasiado ni sean excesivamente novedosas, y tener un resultado lo más digno posible cuatro días antes de Navidad, para tomar el turón contentos y en paz.
Después… quién sabe lo que vendrá después. Posible, ya digo, pero me parece que no probable en este cuarto de hora, incluso tener un Gobierno encabezado por Albert Rivera. Pero ¿de dónde iba a sacar Rivera a sus ministros? Maaadre mía…
Fernando Jáuregui