Los dos atracadores, a punto de salir, han visto desde el interior de la oficina bancaria que se acercaban dos coches de la Policía, haciendo sonar las sirenas y con las azuladas luces parpadeando. De inmediato se han atrincherado dentro, han tomado como rehenes a los empleados y a media docena de clientes. La policía intenta ponerse en contacto con ellos, y los atracadores responden que se tiene que marchar la Policía que rodea la oficina, y poder disponer de un vehículo, en el que saldrán con un rehén al que asesinarán si observan algún seguimiento sospechoso.
El atraco, que se produjo a primeras horas de la mañana, genera una situación tensa que se prolonga hasta mediodía. Entre los mandos policiales se recomienda la labor de desgaste, que consiste en aguantar y esperar. Pero entonces, los atracadores informan a través del teléfono que o bien se cumplen las exigencias que han expuesto o cada media hora matarán a uno de los rehenes. La tensión sube entre los sitiadores y se sopesa que asaltar la oficina dará como resultado el apresamiento, vivos o muertos, de los autores del atraco, pero con el riesgo de que también muera alguno de los rehenes. La consigna de esperar a que asesinen al primer rehén también aparece como poco satisfactoria. Imaginen, entonces, que el tonto contemporáneo de guardia, que tanto abunda en nuestro país, sentencia con voz campanuda: «Hay que buscar una solución política. Hay que volver al diálogo. Hay que hallar comprensión y generosidad y no aplicar fría y duramente la Ley».
A cualquier persona con un cociente intelectual normalito le parecería un disparate, pero esa misma frase, con diferentes matices formales, pero exactamente igual de coincidentes en el fondo, se las he escuchado a líderes políticos, sindicales y empresariales, como si en ese batiburrillo de «soluciones políticas y dialogadas» estuviera el enigma que nadie sabe descifrar. Una solución política, por ejemplo, fue dejar de negociar con ETA, y José María Aznar logró arrinconar a ETA. Una solución política, fue decir que no a la propuesta de Ibarretxe para el País Vasco, formulada por cierto, dentro de la legalidad. Y cuando los atracadores toman como rehenes al 52% de la población hay que tomar una solución política. Y casi todos sabemos cuál es. Y creo que Rajoy no la ignora.
Luis del Val