domingo, septiembre 22, 2024
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Podemismo, ¡qué pereza!

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Muchos de ellos (y ellas, por supuesto, pero voy a obviar este tipo de fórmulas bigenéricas por densas, antiestéticas y plúmbeas) son gente buena, incluso a veces amables, llenos de las buenas intenciones de las que está empedrado el camino del infierno, pletóricos porque creen ingenuamente que van a convertir el mundo en el paraíso de una igualdad de resultados inexistente por imposible e injusta. Otros no, son herederos de lo más zorrokotroko de la izquierda, nietos ideológicos del KGB y practicantes del odio más irracional y obtuso al centroderecha. Pero en algo coinciden ambas facciones. Representan la resurrección estética y discursiva de los años 70.

Es el retorno del jersey de lana gorda con pelotillas, de la ropa sin planchar, la negación de la cordial visita a la peluquería, la ausencia permanente en el vil aunque necesario territorio de la ducha, la intensidad innecesaria y falaz en cualquier manifestación política, el llanto forzado o fingido ante cualquier supuesta injusticia, los espesos cantautores, el culto al feísmo, el obrerismo imposible en la sociedad tecnológica, el sobrevalorado Herman Hesse, los cuadernitos de malvada puerilidad doctrinal marxista-leninista de Marta Harnecker, la reivindicación falsa de la vida falsamente sencilla, la soberbia de la ‘gauche’ caviar y del sindicalismo más despótico, el porro que ya ni siquiera es rebelión aunque sea igual de insalubre que siempre, la fotocopia enmarcada del Guernika en el comedor, el barrionalismo más barato, el nacionalismo incomprendido e incomprensible y porque sí, el ecologismo de manual. Todo pura caspa.

Tengo que añadir que salpimentado con retazos de la agenda California para intentar ponerlo al día un poquito; la tasa Tobin que ya no la defiende ni el propio Tobin, salvar a las ballenas (en lo único que coincido), el aborto obligatorio, los derechos-privilegios de las minorías, la simpatía por el Islam y el odio furibundo a la Iglesia Católica, el ruralismo impostado de los urbanitas con sentimiento de culpabilidad: un caos de valores y contravalores de lo más indigesto.

Son los protagonistas indiscutidos y siempre tienen premio porque se autoaprueban todas sus insensatas propuestas

El escenario favorito de este estilo de vida, ser y estar son las Asambleas, esas reuniones de cincuenta personas que no han sido elegidos por absolutamente nadie y que se arrogan mayor representación que los miembros del Parlamento a quienes han votado millones. Pero en ese ágora son felices. Es su entrega de los Oscar cotidiana, su Eurovisión particular. Son los protagonistas indiscutidos y siempre tienen premio porque se autoaprueban todas sus insensatas propuestas. Un profundo, tangible y cruel aburrimiento.

No puedo decir que conociera bien los 70. Sí que conocí la década siguiente. Una década prodigiosa. La viví y la disfruté de lo lindo en mi adolescencia y juventud. Fue una reacción a toda esa apoteosis de tedio y falsedad, fue una respuesta alegre y jovial, descarada y sutil, la reivindicación de la sensualidad, la apertura de todas las expectativas, la exploración de la modernidad, el culto a la vanguardia, a la belleza, a la propia vida. Se llamó la Movida, y nos movimos todos. Incluía todo, de Lampedussa a Warhol, de Alaska a María Callas, de la fotografía a la pintura abstracta o figurada, del cine a la propia existencia. Había, era puro arte, diversión, profundidad natural y frivolidad creativa. Todo era. Todo se incorporaba. Todo saltaba hacia dentro y hacia fuera.

Espero, deseo y trabajaré por ello que este ‘revival’ setentero genere la necesaria reacción compensatoria y alumbre una nueva época más auténtica, natural, divertida, culta, creativa y sincera. Estoy seguro. Y aunque ya con otra edad lo disfrutaré con ganas y fervor.

JUAN SOLER

Senador por Madrid

Juan Soler

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