lunes, septiembre 23, 2024
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Pasos imprescindibles

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Cantaba el bolero que 20 años no es nada. Por esa regla de tres, los cuatro años transcurridos desde el anuncio del cese definitivo de la violencia de ETA deberían ser poco más que un suspiro, una minucia, un quinto de nada. Y, sin embargo, lo son todo: el triunfo de la libertad y la democracia frente a la sinrazón y la barbarie simbolizados en el hecho cotidiano de vivir sin miedo, sobre todo allí donde más se sufrió la losa del terrorismo, en el País Vasco. Cuatro años en libertad, sin la amenaza de la violencia, la coacción, la extorsión, el secuestro, el asesinato. Cuatro años de normalidad democrática tras cuarenta de terror totalitario.

Como recordaba hace unos días Alfredo Pérez Rubalcaba, si ETA se rindió fue porque se vio forzada a “hacer pública su derrota sin haber logrado ninguno de sus propósitos”. Se vio forzada porque estaba agotada y reducida a la mínima expresión tras años de incesante persecución de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, de asedio judicial y de rechazo político y social. Y en ello jugó un papel crucial la deslegitimación causada por el atentado con el que ETA dinamitó el último proceso de diálogo, un proceso en que el Gobierno socialista recibió ataques de vileza inusitada, impropios en un asunto de Estado. Fue ese proceso el que provocó el repudio definitivo de ETA al quedar en evidencia que la banda terrorista no tenía más fin que su propia actividad y pervivencia.  

Desde luego, a que todo este proceso se acelerase ayudó que la izquierda abertzale se diera cuenta de que ETA estaba abocada a rendirse y que el Estado democrático no iba a ceder a ningún chantaje ni a pagar ningún precio político por el fin de la actividad terrorista. Hizo falta esa reflexión, ese cálculo, esa fractura para que ETA acelerara el reconocimiento de su derrota y el abandono de su actividad criminal.

Pero es un camino incompleto

En estos años se han producido avances, como la asunción por parte de los presos de ETA de que no hay más camino para ellos que la vía Nanclares, de plena sumisión a la legalidad, de condena de la violencia y reconocimiento del sufrimiento causado, sin atajos. Ni amnistías ni tratamientos singulares: estricta aplicación de la legalidad vigente.

Pero ni ETA se ha disuelto ni la izquierda abertzale ha asumido su responsabilidad en el dolor causado.

No hay otra forma de resarcir a las víctimas que asumir la responsabilidad y pedir perdón por el daño causado

Cuando en los últimos días asistimos a declaraciones de los dirigentes de Sortu en las que apelan a que hacen “una reflexión crítica sobre las decisiones adoptadas en el pasado respecto al uso de la violencia”, a uno se le queda un sabor de boca amargo: amargo porque aun reconociendo el tímido avance que supone admitir que su “actitud política no haya acompañado siempre (sic) el dolor de cada víctima” y la marejada de fondo que deja traslucir tal reconocimiento, es evidente que falta un mundo hasta que alcancen lo que la sociedad vasca espera de ellos: que admitan sin ambages que no acompañaron nunca el dolor de ninguna víctima y, lo que es más grave, su connivencia y complicidad con el sufrimiento injusto e inútil causado por ETA.

Parece increíble que mientras hay presos de ETA, presos con delitos de sangre, que han dado el paso de responsabilizarse de los crímenes cometidos y del daño causado con ellos, haya dirigentes políticos incapaces de hacer lo propio, llamar a las cosas por su nombre, admitir su responsabilidad al amparar y justificar la violencia terrorista y lamentar y condenar tal infame complicidad. No hay otra forma de resarcir a las víctimas que asumir la responsabilidad y pedir perdón por el daño causado.

Mientras esos pasos necesarios, imprescindibles, no se produzcan tenemos más que nunca la obligación moral de mantener viva la memoria de las víctimas de los cuarenta años de actividad criminal de ETA.

Vivir en libertad es la mayor victoria de la democracia. Mantener viva la memoria de las víctimas es la mejor manera de hacerles justicia y de recordar que la libertad y la democracia son bienes frágiles que hay que proteger cada día. Sólo así podrá construirse una sociedad digna de calificarse como justa.   

P.D.: A la hora de escribir este artículo, no se había producido aún la votación en el Parlamento de Cataluña sobre la moción independentista. No obstante, a nadie se le escapa que la votación habrá salido adelante y Junts pel Sí y las CUP habrán dado un paso más en su huida antidemocrática hacia adelante. Espero por parte del Gobierno de España, con el concurso de las fuerzas democráticas, una respuesta inequívoca, contundente, inteligente y proporcionada, a la altura del desafío.

José Blanco

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