miércoles, noviembre 27, 2024
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Sunníes, chiíes y hematíes

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En el Irak de finales de los 80, donde pasé un semestre como joven profesor de español, abundaba el roce y eran frecuentes los matrimonios mixtos entre sus muy numerosas comunidades, en mucha mayor medida por ejemplo que en la Bélgica de 2015 entre flamencos y valones. Parece que a orillas del Tigris la situación ha cambiado a peor; bajo el rey de los belgas la cosa está estabilizada.

Gran parte del análisis político sobre lo que acontece en el norte de África y Oriente Próximo (Mágreb y Máshreq respectivamente, en árabe) parece anclado en la Edad Media, cuando sus protagonistas utilizan el móvil y las redes sociales casi tanto como nosotros y se transportan más en pick-up Toyota que en burro. 

Se lee y escucha defender que una de las causas principales de tanto conflicto en el mundo árabe e islámico es el enfrentamiento entre sunníes (la rama mayoritaria de los 1.500 millones de musulmanes en el mundo) y chiíes (alrededor del 10% de esa confesión religiosa).

A diferencia de la Roma de las Cruzadas (o Aviñón) e incluso el Vaticano actual, no existe en el Islam una jerarquía político-religiosa que represente al colectivo.

No se puede hablar de sunníes globalmente porque no responden a una autoridad única y reconocida, y tan sunníes son los saudíes como los bangladeshíes que forman su fuerza laboral sin ciudadanía, tan shiíes los iraníes como importantes minorías en todo el Golfo árabe.

En la cruenta guerra que provocó Saddam Huseín contra Irán (1980/88), nadie gastó un minuto en comentar que muchos de los combatientes iraquíes eran chiíes.

El argumento es una mala interpretación, probablemente interesada, del pulso geopolítico regional entre el Irán mayoritariamente chií y la Arabia Saudí mayoritariamente sunní, olvidando que ambos países tienen población propia de la confesión religiosa de su adversario político. La rivalidad entre ambos países se ha disparado desde la invasión de Irak en 2003, gran fallo de previsión sobre sus consecuencias.

La imagen que se traslada o se pretende es la de un enfrentamiento interno y principalmente confesional, lo que automáticamente contrapone Occidente laico y Oriente religioso, siglo XXI contra siglo XV, la razón contra la fe, el avance contra el estancamiento medieval.

Lo que se nos dice más o menos indirectamente también es que en Irak, Siria, Líbano, Libia, los estados no funcionan porque lo que prima es el comunitarismo. Frente a un Occidente con estados, Oriente funciona con sectas, tribus y comunidades.

Por añadidura, algunos se plantean echar gasolina a la inestabilidad abriendo la puerta a un replanteamiento de fronteras, artificiales nos dicen en esta parte del mundo, al parecer más artificiales que en lugares más cercanos como Olivenza o Trieste.

La gran pregunta es porqué ha resurgido el comunitarismo en el mundo árabe en las últimas dos décadas, y la respuesta más afinada apunta a que ha desaparecido el Estado, en muchos lugares por intervención externa (Irak) o responsabilidad compartida local y foránea (Siria y Libia).

Cuando desaparece la estructura estatal, los ciudadanos buscan una alternativa comunitaria para agruparse y defender intereses o la vida, ya sea la parroquia, el club de fútbol o, si ocurriera en España, también surgirían comunidades unidas por el AMPA y el fuerte pegamento corporativo, como los abogados del Estado que tendrían sin duda su propio grupo.

El aumento del comunitarismo es cierto, la causa generalizada no. Por una parte, refleja el éxito obtenido por los enemigos del Estado, locales y extranjeros.

En segundo lugar, detrás de cada comunidad operativa en el Mágreb y Oriente Próximo se encuentra siempre un apoyo exterior, que a menudo juega sus cartas por agente interpuesto.

Y se enfrentan, los que lo hacen, por motivos políticos, cualquier terrorismo y también el de apariencia ultra religiosa defiende objetivos políticos.

Por variar y ver el resultado, Europa y aliados anglos podrían probar a apoyar el reforzamientos de los estados en esta zona geográfica, evitar su deslegitimización apoyando golpes de Estado (Egipto) y prever las consecuencias una década después de aprobar una intervención.

Hay que reconocer no obstante que sunníes y chiíes sí que comparten algo digno de destacar: los dos colectivos tienen glóbulos rojos, como el lector que haya llegado hasta aquí.

Y comparten también la forma que tiene el español de formar ciertos gentilicios, tomada del árabe, los adjetivos que utilizamos para indicar origen: decimos sunní y chií como marroquí, yemení o ceutí; y, en cambio, sueco; o belga.

Carlos Penedo

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