El sábado, centenares de miles de mujeres nos manifestábamos contra la violencia machista. En un dramático sarcasmo, el domingo tres mujeres eran asesinadas; el lunes, cuando escribo, conocemos la noticia de que tres golpes en la cabeza han acabado con la vida de una cuarta mujer en Asturias.
No descarto que cuando ustedes lean esto, más mujeres hayan sido asesinadas. Entre la manifestación y la lectura de esta columna, si se cumplen las estadísticas, cerca de 1250 denuncias por violencia machista se habrán puesto en España.
En estos cuatro días que han pasado desde la manifestación, alguien habrá justificado la violencia contra las mujeres, jugado algún videojuego machista, rodado un anuncio sexista o reído una decena de esos chistes intolerables en la barra de algún bar
Tres asesinadas el domingo; una, el lunes. Es absolutamente insoportable. No es el dolor que se deduce de las cifras; no es el clamor de la denuncia. Es, ni más ni menos, que la pasividad ante este terrorismo que nos mata por ser mujeres. El número de asesinadas, la densidad de la acción terrorista contra las mujeres ya no es compatible con los fundamentos de la democracia.
El gobierno dudó sobre su apoyo a la manifestación; en sectores del PP madrileño no se quiso apoyar, aunque se conto con el apoyo de la Presidenta de la Comunidad. Pero más allá de las dudas políticas se impone una realidad: la congelación o la reducción de los Presupuestos, de las políticas de igualdad, de los recursos contra la violencia.
Los poderes públicos tienen una obligación: una reacción contundente y rotunda. La voz de las mujeres que se manifestaron el sábado y, sobre todo, las vidas perdidas reclaman acciones policiales, judiciales, económicas y políticas de primer orden.
A ver si puedo decirlo alto y claro: o se para esto o declararemos cómplices de asesinato a aquellos y aquellas que, teniendo responsabilidades, no las ejercen para detener, de una vez por todas, este drama.
La protección efectiva de las víctimas de violencia; la persecución de los maltratadores; las medidas institucionales que permitan disponer de recursos económicos y técnicos son acciones exigible, de inmediato, aquí y ahora, de las instituciones democráticas españolas sean locales, autonómicos o estatales.
Se nos mata por ser mujeres; se silencia nuestra muerte por ser mujeres
Hacer de la lucha contra la violencia machista una cuestión de estado, el acuerdo de todos y todas los que deben acordar o como quiera llamarse es una imperiosa necesidad que no puede aplazarse.
¿Admitiría la democracia española cuatro muertos en cuarenta y ocho horas sin un escándalo político y mediático si fueran hombres? ¿Esos periódicos que han silenciado en sus portadas la manifestación del sábado, no clamarían contra una ola de crímenes si cuatro hombres fueran asesinados en dos días?
Seguro que si; pero se nos mata por ser mujeres; se silencia nuestra muerte por ser mujeres. Esta columna debía hoy ser un comentario de lo que ocurre en la política española; es lo que piden de mi los editores de este medio. Pero que mayor desconexión que la muerte; que mayor fractura social que la que provoca la infame desigualdad de género; que mayor campaña que reclamar justicia por las asesinadas.
Cuatro asesinadas tras la manifestación del sábado, a modo de venganza del machismo social por haber osado levantar nuestra voz. 1396 mujeres asesinadas desde 1995, 88 en lo que va de año, asesinadas por el simple hecho de ser mujeres, y las instituciones siguen mirando hacia otro lado, negando recortes.
Estos son días en los que Comunidades y Ayuntamientos debaten Presupuestos. Veremos cuantas enmiendas de aumentos de recursos contra la violencia machista son rechazadas.
Si la sociedad española abandona a las mujeres a su suerte, las mujeres tendremos la obligación de asumir por nuestra cuenta acciones que detengan los viles asesinatos. Las mujeres estamos siendo convocadas a exigir, de inmediato y de forma radical, el final de este insoportable terrorismo.
Libertad Martínez