Ha sido mentar «la bicha» y a José Antonio Marina se le han echado encima todas las fuerzas ocultas y no tan ocultas de la enseñanza. A Marina le ha encargado el actual ministro de Educación la elaboración de un Libro Blanco sobre el profesorado. Y el filósofo y pedagogo se ha puesto en marcha con seriedad, con rigor, con ideas. Pero al ministro se le escapó que una de las propuestas era evaluar a los profesores, vincular su crecimiento profesional y salarial -esta es la clave- al rendimiento, a la mejora de sus alumnos, al cumplimiento de los objetivos del centro escolar* y se acabó lo que se daba. Que no es posible evaluar a los docentes, que no se puede relacionar rendimiento docente con mejoras salarias, que pobres profesores… No tenemos remedio.
Vaya por delante que tenemos profesores excelentes y que si no fuera por muchos de ellos el desastre educativo sería absoluto. Y que las autoridades políticas -los legisladores y los que han mandado en el ministerio de Educación durante estas décadas y en las Consejerías autonómicas de Educación- han hecho lo posible por acabar con la autoridad de los profesores. Y que los padres han rematado la faena, desentendiéndose de la educación de sus hijos -tan mimados, tan consentidos, tan poco exigidos- y convirtiendo al profesor en alguien que rompe la ansiada paz familiar porque exige lo que debe y crea problemas a sus progenitores.
La educación española está llena de estudiantes que no saben escribir una frase con sentido
Pero también hay malos profesores. Bastantes. Seguramente la culpa no es suya, sino de un sistema concebido por teóricos que no saben lo que es la educación y que no han preguntado nunca qué hay que cambiar a los que la imparten, a los que saben. Con unos planes de estudio imposibles, con salarios inadecuados y sin el horizonte de una carrera profesional que permita mejorar, sobre todo a los buenos. Con malos directores escolares, tal vez porque nadie quiere arriesgarse a dirigir un centro, sobre todo público, sin colaboración interna y sin respaldo oficial.
Tiene razón Marina cuando «exige» que a la educación vayan los mejores profesionales. Hay que elevar los niveles de acceso o poner un máster. Tiene razón en que se les puede evaluar. Tiene razón en que se puede medir el progreso que consiguen -no las notas- con sus alumnos. Y en que eso se debe premiar. Ni se puede igualar por abajo a todos los escolares -que es lo que han hecho las leyes socialistas, eliminando la competitividad- ni se puede tratar por igual a todos los profesores, se dejen la piel y alma con los alumnos o sean pasotas. Y hay que trabajar en la formación permanente de los profesores. No recuerdo quién dijo «la educación me persigue, pero yo corro mucho más». El otro día escuché que hay quien cree que como es capaz de escribir y leer, sabe escribir y leer. La educación española está llena de estudiantes que no saben escribir una frase con sentido y que carecen de comprensión lectora. O elevamos el nivel del profesorado o no acabaremos nunca con el fracaso escolar. Podemos estigmatizar a quienes como José Antonio Marina, quieren abrir un debate sobre las miserias y las grandezas de la educación. Pero como lo hagamos, sólo nos va a quedar un país de desempleados de por vida y de desesperanzados.
Francisco Muro de Iscar