El incierto resultado de las elecciones del 20 de diciembre está provocando verdaderas batallas en los partidos ya que nadie quiere quedarse fuera de las listas ni abandonar los primeros puestos. Mientras los emergentes incorporan nombres ilustres a sus papeletas, que dan prestigio e incorporan sensatez a sus propuestas, las dos formaciones alternancia de gobierno, hasta ahora, solo intentan salvar a los suyos, a los fieles, y evitar filtraciones sobre el debate interno.
El miedo al vacío, a perder de golpe el puesto de trabajo, el acta parlamentaria, el brillo mediático y el poder, está revolucionando sobre todo al PP. Esperanza Aguirre, pese a ser una estrella en declive, decidió, una vez más, no morderse la lengua y gritar a los cuatro vientos su cabreo por la inclusión de su «odiado» Cristóbal Montoro en la listas de Madrid. Otro tanto había pasado en las filas de los socialistas madrileños cuando Pedro Sánchez desplazó a su secretaria general para colocar a Irene Lozano.
Los diez primeros puestos son los únicos con cierta garantía de salir
Y es que los diez primeros puestos, según las encuestas, son los únicos con cierta garantía de salir. Y eso en Madrid. Así que Rajoy quiere blindar por los menos a sus ministros; de ahí que la de Agricultura salga de la lista de Valladolid y se la traiga a Madrid y lo mismo con Montoro. En provincias no quieren a tanto ministro, a los que solo ven en los Telediarios, encabezando sus papeletas.
En ambas formaciones, la reclamada renovación no ha dejado de ser un acto puramente cosmético, puesto que ha consistido en incluir en puestos de incierto porvenir a jóvenes perfectamente desconocidos pero que permiten rejuvenecer el promedio de edad de las candidaturas. Una muy sutil forma de entender la reclamación social de «renovación» que quería decir fuera corruptos de la política, fuera malos gestores, fuera sectarios, fuera demagogos etc.
En un momento crucial de la historia de España, con un parlamento fraccionado como en la etapa de la Transición, va a ser más necesario que nunca el perfil de un diputado dialogante, capaz de pactar o negociar hasta la extenuación, buen conocedor de la legislación vigente y que ayude a consolidar los cambios necesarios en el andamiaje constitucional que reclaman los ciudadanos.
El constitucionalista Pérez Royo es otra buena adquisición de Podemos que se ha dejado birlar el PSOE con el que tantas veces había colaborado. El es un ejemplo del tipo de diputados que va a necesitar la nueva legislatura.
Pero las listas, como se ha visto en el caso del PP, no buscan la excelencia sino el premio o el castigo. En este caso los penalizados han sido los aznaristas que todavía quedaban en los escaños del Congreso. Rajoy ha sido expedito: a uno los ha mandado a su casa y a otros al Senado, ese cementerio de elefantes que necesita una renovación urgente de su función en la vida política.
Victoria Lafora