A calendario pasado todo el mundo es profeta, pero somos bastantes los que comentamos la extrañeza de que en la amplia y extensa industria de la automoción sólo hubiera pícaros en las factorías de Volswagen. No ha pasado mucho tiempo para que se haya descubierto que son varias las marcas de automóviles que han mentido y han cometido fraude en la información sobre el grado contaminante de los vehículos.
A mí me gusta el sistema capitalista, porque es el medio en el que se desarrollan las mayores cotas de libertad individual y de prosperidad, pero el deseo del beneficio, que es lícito, debe estar sometido a vigilancia constante, a un control imparcial y al correspondiente castigo para los infractores, y ello redundará en beneficio del sistema, porque de lo contrario degenerará y se pudrirá. Con esto sucede como con las denominaciones de origen, o son severas y exigentes o la laxitud y el mirar hacia otro lado desprestigiará a todos por igual, y el descrédito dará al traste con el consumo de los productos.
«Los fabricantes nos han estado engañando»
Y no es un tema baladí. Cuando veo a esos niños, sentados en los carritos, con sus delicadas narices a escasos metros de los tubos de escape de los automóviles que pasan a su lado, mientras la madre o el padre aguardan en el paso de peatones, calculo la cantidad de gases nocivos que esa criatura está respirando, pero por muy abultado que sea nuestro cálculo, resulta que es mayor en la realidad, porque los fabricantes nos han estado engañando.
Y eso no es el aceite de colza que puede producir daños inmediatos, ni el fármaco que violenta la salud de manera evidente, este es un envenenamiento tan pausado y mínimo como persistente, pero que acorta la vida y perjudica seriamente nuestra salud, aunque no haya ningún cartel en la portezuela. Es un arma de destrucción masiva por muy lenta que nos parezca. Y está bien que les vaya bien a las empresas, pero no todo vale.
Luis del Val