Es desolador echar la vista atrás y darse cuenta de que este año echó a andar con el horror del atentado contra el semanario Charlie Hebdo y está echando el cierre con el mayor atentado yihadista en suelo europeo tras el que nos golpeó en Madrid hace once años.
En el plazo de once meses, la barbarie ha golpeado dos veces en la misma ciudad, París, símbolo de las luces, de la ilustración, de los derechos del hombre y del ciudadano. De la democracia.
Si con aquel crimen se ponía en el punto de mira la libertad de pensamiento y expresión, fundamento mismo de nuestras democracias, la selección de objetivos de la deleznable serie de atentados perpetrados el pasado viernes –una sala de conciertos, un estadio de fútbol, diversos restaurantes– extienden la sombra del terror hacia la sociedad en su conjunto porque atentan contra nuestro modo de vida: contra el ocio, la cultura, el vivir en libertad, todo lo que anhelan destruir quienes quieren imponer su visión totalitaria del mundo.
No lo van a lograr
Se demostró en Madrid. Ante el mayor atentado yihadista de la historia en España y en Europa, la sociedad española supo sobreponerse a la consternación y reaccionar con serenidad, sin dirigir la carga de la culpa más que contra los autores de tan abominables crímenes. Y el Estado de Derecho supo cumplir sus obligaciones, persiguiendo a los criminales, poniéndolos ante la Justicia y condenándolos por sus abominables crímenes, sin atajos, con pleno respeto a las leyes que garantizan nuestro marco democrático de convivencia, ese que buscan destruir a toda costa. Esa fue nuestra mayor victoria: no dejarnos llevar por la sed de venganza, sino buscar la justicia. No traicionar nuestros principios, sino reafirmarnos en ellos.
Y lo está demostrando París: por dos veces golpeada, por dos veces reafirmándose en los principios sobre los que se erige la República Francesa. Si algo demuestra la reacción de la sociedad francesa estos días es que por tremendo que sea el daño causado, el terrorismo yihadista no va a quebrar a la democracia ni los valores en que se sustenta. Tendrán capacidad para golpear y causar un dolor insufrible como en Madrid, como en Londres, como en París. Pero no van a someter con el terror a nuestras democracias. Porque no hay temor de Dios ante el que pueda sucumbir el amor a la libertad ni causa más justa que la defensa de la democracia.
Pero debemos defendernos, por todos los medios y en todos los frentes
Es necesario, y urgente, mirar hacia el interior de nuestras sociedades. Muchas cosas fallan cuando jóvenes nacidos en suelo europeo se radicalizan y se alistan en movimientos yihadistas y se declaran dispuestos a matar y morir en nombre de un dios o de una supuesta guerra santa, una auténtica blasfemia como ha recordado este fin de semana el Papa Francisco. Hay que atacar las causas de ese desarraigo de la sociedad en la que se nace, de esa tendencia a la destrucción y la autodestrucción, hay que fomentar la mejor integración y convivencia de las diferentes religiones y culturas que habitan esta Europa plural, diversa y democrática. Empezando por dar a los refugiados que se lanzan a la desesperada hacia nuestras fronteras huyendo del terror diario de las guerras que desangran países como Siria o Libia una respuesta a la altura del drama.
Pero también lo es mirar hacia nuestro entorno. Al avance del islamismo radical no son ajenas, sin duda, las desastrosas intervenciones de los últimos años en Irak, en Afganistán, en Libia, en Siria, o la frustración acumulada ante unas primaveras árabes que se han marchitado antes de florecer siquiera. Ha sido en ese caldo de cultivo en que se ha desarrollado la barbarie del Estado Islámico, esa hidra criminal de mil cabezas no solo dispuesta a extender el terror en Oriente Próximo –donde se concentran sus acciones– sino a exportarlo al mismo corazón de naciones que, como Francia, se han implicado en su combate y erradicación.
Una realidad que exige respuestas complejas
Respuestas políticas, implicándose en la búsqueda de vías diplomáticas de solución a conflictos enquistados como el de Siria, respecto del cual hemos visto algunos avances este fin de semana. Respuestas para las que, desde mi punto de vista, también sería de ayuda retomar iniciativas como la Alianza de Civilizaciones como foro para favorecer el diálogo y el entendimiento entre culturas y religiones y prevenir frente al radicalismo que amenaza la convivencia entre naciones y en el seno de las propias naciones.
Y respuestas en el ámbito de la seguridad. Sin duda, urge reforzar las estrategias y los mecanismos en este ámbito para defender nuestras democracias y ser más eficaces en la lucha contra el terror, incluidos medios militares para erradicar santuarios del terror como el instaurado por Daesh entre Siria e Irak. Urge igualmente impulsar la coordinación e intercambio de información entre las fuerzas policiales y los servicios de inteligencia de los países aliados. Y urge implementar medidas adicionales necesarias para protegernos de los ataques terroristas, aunque ocasionen molestias. Pero urge hacerlo sin menoscabar el sistema de libertades cívicas que nos define como sociedades democráticas abiertas y que son, justamente, el principal objetivo de ataque de los terroristas.
Si algo nos define como europeos son nuestros valores fundamentales: la paz, la democracia, los derechos humanos. Reforzarlos será nuestra mayor victoria frente a los salvajes.
José Blanco