lunes, septiembre 30, 2024
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Nous sommes tous parisiens

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La carnicería cometida por terroristas islamistas este fin de semana en París, donde se han asesinado cobardemente a ciento treinta personas, de los cuales cuatro son compatriotas, y donde se han dejado malheridas a centenares de personas. Fueron seis atentados organizados en un breve espacio de tiempo, que vuelven a instalarnos a todos los europeos en una de nuestras peores pesadillas. Desgraciadamente, a la vez nos hacen aflorar los angustiosos recuerdos de atentados islamistas anteriores con centenares de muertos en España, Reino Unido, Dinamarca o la propia Francia en un pasado reciente, o hace pocos días con el recuerdo del avión lleno de turistas rusos derribado en Egipto o las bombas colocadas en mercados iraquíes o libaneses, que han causado todos ellos similares masacres y carnicerías humanas.

Cuando han pasado pocos días de esa fatídica noche de Viernes 13 en París, empezamos todos a ser conscientes de lo que ha ocurrido, comenzamos a pasar de los datos informativos a sacar conclusiones. La primera es la que escuchamos la mayoría de nosotros a nuestro alrededor, me estoy refiriendo a que la gente europea empezamos a tener mucho hartazgo y miedo de los árabes musulmanes, siendo conscientes que entre estas personas pueden pagar justos por pecadores y que pueden empezar a tener su vida en Europa más complicada. No sólo por el rechazo o execrable racismo de algunos grupos extremistas, sino fundamentalmente por la sensación de miedo a lo musulmán que se está instalando desgraciadamente en muchos rincones del continente europeo.

A todo esto, se nos une el convencimiento de que estos asesinos fanáticos pretenden destruir una sociedad y una civilización abierta, tolerante y liberal como la nuestra para sustituirla por la suya, donde las mujeres no tengan derechos, los jóvenes no puedan escuchar música o se obligue a tener el credo único a toda la sociedad, entre otras tantas y tantas barbaridades talibanas.

Su Santidad el Papa Francisco hablaba ya estos días de la relación de estos atentados indiscriminados contra la población como una fase de la tercera guerra mundial. Lo cierto es que la guerra «santa» de estos fanáticos contra el mundo occidental no acaba más que empezar como lo reconocen los fundamentalistas islamistas en sus vomitivos y repugnantes comunicados, donde además nos dejan el recadito de que esto es el principio de lo que va a llegar.

Por eso ya no valen paños calientes, ni mediaciones, ni alianzas, de civilizaciones ni fotos o discursos de unidad de cara a la galería; occidente debe ser consciente que desde el no reconocido Califato se viene a destruir Europa y matar a todo europeo considerado infiel por no abrazar la religión de Mahoma, y lo hacen no ya sólo los lobos solitarios, sino grupos islamistas perfectamente organizados y armados en guerrillas callejeras dispuestos a inmolarse en el nombre de Alá después de haber cometido las mayores de las salvajadas posibles, porque para ellos matar y morir tiene la misma compensación en su paraíso prometido.

Además de matar, los islamistas lamentablemente ya han vuelto a conseguir que haya una paranoia colectiva, no sólo en Francia sino en toda Europa y en los Estados Unidos de América. Esa situación produce como primera consecuencia que se activen medidas de seguridad más extremas, con subidas de números en las alertas de seguridad de cada país, pero que siendo esto necesario sabemos que con ello sólo se intenta tranquilizar a la población para que los ciudadanos intenten sentirse más seguros.

Con este panorama no caben paños calientes, y es más necesaria que nunca una intervención de todos los países del eje occidental, apoyados por los países árabes que también luchan contra este califato impostor para que sobre el terreno se vayan desocupando las tierras conquistadas por estos criminales, y que venga acompañada de una política de expulsión de Europa de individuos fichados como radicales islamistas que, junto a imanes fundamentalistas, desde mezquitas incitan a lo que ocurrió el pasado viernes en la capital francesa.

Los españoles, por haberlo vivido con anterioridad con el mismo dramatismo y rabia que nuestros vecinos franceses, entendemos y comprendemos perfectamente lo que pasa por las cabezas de los galos, y es precisamente por ello que hoy más que nunca, «nous sommes tous des parisiens».

Carlos Iturgaiz

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