miércoles, noviembre 27, 2024
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¡Dispara tú primero!

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Un buen amigo, policía de los antiguos, me invita a la boda civil de su hijo. Es un joven fuerte, lleno de vida y contrae nupcias con una muchacha canaria guapísima. En los juzgados se respira amor, como no podía ser de otra manera, y reconozco que añoro un poco las carantoñas y miradas cómplices de los contrayentes.

Después de la ceremonia pasamos a un banquete en un conocido restaurante de Madrid, donde el ambiente es cordial y distendido. Como el recién casado acaba de ingresar en la Policía, casi todos los invitados pertenecen al cuerpo, o la Local, o la Guardia Civil.

La comida es pantagruélica y pasadas unas horas se comienzan a notar los efluvios del alcohol. Un montón de niños y niñas vestidos de domingo dejan sus asientos -que en un principio ocupaban respetuosamente-, para correr por la sala ante la  desesperación de sus padres. Unos cuantos adolescentes de ambos sexos, ronean por las esquinas, ellas en grupo comentando entre risitas lo guapo que es algún dieciseisañero con el pelo engominado y ellos atisbando, como quien no quiere la cosa, los cuerpos en flor de las féminas.

Me levanto para ir al servicio -la edad o la próstata vaya usted a saber-,  y cuando salgo de hacer mis cosas, observo como un hombre de unos cuarenta años, enjuto y duro como el pedernal conversa en un rincón con su hijo, un mozalbete de unos diez años que cala gafas de esas modernas que ahora están de moda. Al hombre lo conozco, me lo presentaron al principio del evento. Es un madero de un grupo especial antiterrorista, de esos que están siempre dispuestos para el servicio. Furtivamente, casi con desconsideración, me detengo para escuchar la conversación:

-Arturito, me ha dicho mama -dice el hombre-, que llevas triste unos días ¿Qué pasa hijo?

El mocoso mira a su padre con cara de estar en un lio, pero responde:

-No quiero que te pase nada, papa. He visto en la tele que unos terroristas han matado gente en Paris y tengo miedo.

-No debes tenerlo -responde el padre con seguridad-, yo se cuidarme y cuidaros, hijo.

-Si papa -el muchacho está un poco azorado por expresar sus sentimientos-, pero son hombres malos ¿Qué es lo que quieren, papa? ¿Por qué hacen eso?

El hombre, hasta ahora con el rostro impenetrable, relaja la musculatura y piensa: debe responder con palabras que el chico comprenda:

-Porque nos odian hijo. Odian la democracia. Odian nuestra libertad. Si ellos ganasen, tu hermana no iría al colegio, tu madre vestiría con un burka ¿sabes lo que es un burka? -el chavalín asiente con la cabeza-. Tu solo estudiaras el Corán y pasaríamos el día rezando y pensando que Ala es grande.

-En casa no rezamos -apostilla el crio-, ni siquiera he hecho la primera comunión ¿eso es malo?

-No hijo -responde el padre-. Eso es la democracia. Sabes que la abuelita va a siempre a misa y nosotros lo respetamos. En casa, ni tu madre ni yo somos religiosos y nadie nos impone que lo seamos. Te hemos enseñado que nuestra cultura es cristiana, por supuesto, pero será decisión tuya cuando seas mayor si quieres ir a la iglesia o hacerte budista, o lo que tú quieras hijo mío.

-Pues si eso es la democracia, mi profesor de “mates” no es demócrata, papa. Cada día me manda más deberes.

El padre sonríe y yo también, al escuchar las inocentes palabras.

-Hijo, la democracia no es la falta de autoridad. Te lo explicaré de otra forma: ¿tienes miedo a tu profesor de matemáticas? ¿Te castiga pegándote o humillándote? -el crio niega con la cabeza-. Eso es la democracia hijo. Tu profesor es la autoridad, pero no le tienes miedo, sino respeto. Te manda deberes por tu bien, para que entiendas las cosas tan increíbles que existen en el mundo. Cuando seas un hombre lo agradecerás. Por supuesto que si no los haces, te suspende, hijo, porque es tu responsabilidad, nadie, entiéndelo, te  va  a regalar nada en la vida. Y eso también es la democracia: tú puedes escoger tu camino sin que te obliguen o te impongan otra cosa que respetar a los demás. Eso es lo que nos quieren arrebatar, hijo.

El muchacho  calla durante unos segundos asimilando las palabras de su progenitor. Después, se dirige de nuevo a el:

-Vale papa, pero si ves a uno de esos terroristas y va hacer algo malo, dispara tu primero y vuelve a casa.

Padre e hijo se funden en un abrazo tierno y profundo.

-Tranquilo, hijo. No me ocurrirá nada. Pero si algo pasase y yo no volviese -ahora el rostro del policía se transforma en el de un hombre consciente de que también es padre y esposo-, siéntete orgulloso de mi. Porque no hay nada más valiente y digno que morir cumpliendo con tu deber de defender a los demás de los malos hombres, hijo ¿Lo entiendes? No hay nada de triste en ello. Si algún día no regreso recuerda lo que te he dicho: debemos defendernos de todos aquellos que quieren imponernos sus ideas por la fuerza. Y te aseguro hijo que yo lo haré, aunque eso me cueste la vida.

Ambos continúan abrazados. Noto como unas pequeñas lágrimas corren por los surcos de la cara del hombre que ha sido capaz de tan nobles palabras. A mí también se me empapan los ojos sin querer, así que decido volver a mi asiento, mientras seco mis lágrimas con la palma de la mano.

Y mientras terminamos la comida y apuramos el café, copa y puro, no dejan de resonar en mi mente las inocentes -pero cargadas de amor-, palabras de un niño de diez años:

-Vale papa, pero si ves a uno de esos terroristas y va hacer algo malo, dispara tu primero y  vuelve a casa.

¡Así se habla, pequeño!

José Romero

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