La mañana del viernes pasado escuchaba la radio como habitualmente y tuve la desagradable sorpresa de oír una tertulia en la que inmolaban a Xavi García Albiol por haber cometido el grave delito, el pecado mortal de haber criticado el multiculturalismo. Lo más curioso es que casi ningún tertuliano ni el conductor del programa tenían la más remota idea de lo que comportaba el término de sus desvelos, preocupaciones, indignaciones y golpes de pecho. No conocían la diferencia entre multiculturalismo y pluralismo, no habían leído a Sartori ni sus aportaciones teóricas acerca del asunto en cuestión y daban la impresión, excepto uno de los cinco, de utilizar la polémica de los bienpensantes contra Albiol como un mero pretexto con el que crucificar al atrevido catalán.
Con la condescendencia basada en la nada intelectual, se despachaban a gusto sin dejar margen a la explicación y reproduciendo, sacadas de contexto e incompletas, las explicaciones que el portavoz 'popular' catalán había dado.
Básicamente el multiculturalismo nace del pluralismo tolerante pero se transforma en su peor enemigo. El pluralismo permite y celebra la diversidad pero hace hincapié en lo que nos une, sabe y reconoce que esa variedad es creadora y fructífera, pero es neutral frente a las diferencias y exige un espacio común en el que esas diferencias puedan interactuar, mientras que el multiculturalismo aprovecha esa tolerancia para incidir en lo que nos diferencia creando guetos que no interactúan sino que se enfrentan, que balcanizan la sociedad.
El multiculturalismo nace del pluralismo tolerante pero se transforma en su peor enemigo
El pluralismo permite que convivan religiones diferentes dentro de una sociedad y todos los miembros de esa sociedad son vistos por la ley de forma igual independientemente de su credo. El multiculturalismo pretende que esa variedad de credos tenga un reconocimiento excluyente, un reflejo legal y que cada perteneciente a una religión o etnia tenga o llegue a tener un tratamiento diferenciado por la ley. Evita la generalidad neutral de la ley y requiere un tratamiento particularizado para casos iguales no en función de esa norma general sino en virtud de su religión, su etnia, su sexo y así hasta el infinito, creando compartimentos cerrados que no solo dificultan la convivencia sino que auspician el conflicto.
A veces, demasiadas veces, las tertulias radiofónicas abandonan la sana discrepancia, la discusión de altura, el contraste de pareceres, la diferencia de opiniones y la transforman en una suerte de aquelarre satanizador, de neoinquisición laica de lo políticamente correcto que balbucea mecánicamente letanías impensadas. Una verdadera lástima. Una consecuencia de la apoteosis de lo simple y lo no comprometido, una cobardía intelectual a la que se abandonan incluso personas de talla.
Xavi García Albiol dijo lo que mucha gente piensa. No es un ataque al Islam, al que me consta que respeta. Lo respeta pero no se le oculta porque es un hecho que en las sociedades más avanzadas de Europa, ya sea Alemania con la gran minoría turco-kurda, Francia y Bélgica con los procedentes del Magreb o incluso Inglaterra con los paquistaníes con toda la tradición de tolerancia que su cultura política contiene, padecen problemas de integración singulares que derivan de la religión. Negarlo es ceguera.
Habría que preguntarse también que si conocemos que en la mayoría de los conflictos que hay hoy en el mundo una de las partes es musulmana y en alrededor de la mitad de ellos las dos partes contendientes son de esa misma religión podemos ignorar ese dato. Hacerlo sería una incontestable muestra de insolvencia multicultural.
Juan Soler
Senador de España
Juan Soler