Se tiene noticia de niños prodigio que compusieron sinfonías antes de saber atarse el cordón de los zapatos, pero no es habitual, lo normal es que la vocación le llegue a uno trabajando.
La vocación terrorista no surge en la infancia, por la religión de los padres o la nacionalidad del pasaporte, es un proceso de radicalización personal, dicen que cada vez más rápido, a partir generalmente de gentes con escasa formación y práctica religiosa. A quienes habría que añadir los occidentales de familia no musulmana que se han unido a la causa yihadista, que no son pocos.
Ninguna religión incluye entre sus mandamientos en el siglo XXI pasar a cuchillo a los infieles, algo consentido en el pasado. Con entorno familiar musulmán, cristiano o ateo, todos los terroristas son conversos.
De aquí la extrañeza de quienes se sorprenden al conocer que Fulano el extremista bebía alcohol hasta antesdeayer o a Mengana le gustaba la juerga. Todos conversos. Curioso que exijamos coherencia personal a quien es capaz de reventarse en un estadio de fútbol.
Parece más aconsejable acudir a la sociología que a la teología para encontrar razones de la radicalización yihadista.
Con este terrorismo se bucea muy frecuentemente por el Corán en un viaje de 14 siglos con tan poco éxito como si uno lee El capital, lecturas recomendables las dos, pero no para entender la última versión de extremismo violento.
ETA, Brigadas Rojas, Baader Meinhof tenían en apariencia un ropaje ideológico de izquierdas, y pocas pistas ofrece El manifiesto comunista para explicar las motivaciones de sus miembros.
Durante las cinco largas décadas de actuación del terrorismo de ETA, hasta su fin el 20 de octubre de 2011, en el País Vasco no existía vandalismo callejero; cualquier acto de violencia, desde un asesinato a romperle los cristales a un autobús, tenía una gloriosa causa. Prenderle fuego a una papelera era un paso hacia la independencia.
Existe un acercamiento sociológico al fenómeno terrorista, los barrios de Bruselas o París donde han crecido algunos de los últimos autores de atentados; la desestructuración familiar; la pequeña delincuencia que les rodea, la falta de integración social…
Descartada la teología, la sociología tiene también un alcance limitado.
Llegamos entonces a la psicología, el perfil individual de quien decide enfrentarse al planeta sembrando terror entre víctimas civiles.
En este punto es interesante recordar que el mundo árabe-islámico, especialmente en Oriente Próximo, vive un auge religioso en las últimas tres décadas, que coincide con el fracaso de las experiencias laicas de la etapa inmediatamente anterior, combatidas con saña -todo sea dicho- por Europa y EEUU (Náser en Egipto, Mosaddeq en Irán, Arafat en Palestina, partido Baaz en Siria e Irak), coincide también con una dirección política en muchos países a la que se acabó la legitimidad conseguida en la lucha por la independencia.
A comienzos de los 90 encontramos también otro proceso político que es el derrumbe de la URSS y la elección consciente del Islam como enemigo de sustitución.
El caso es que por dinámicas internas y externas, una versión ultra del Islam se ha convertido hoy en la ideología antisistema más poderosa, la de aquellos que se quieren enfrentar al mundo con dinamita; el yihadismo tiene el atractivo del petardo y un más allá en el mismo paquete.
La novedad es brutal, además de por el uso de redes sociales, la religión antisistema, cuando ha estado durante siglos asociada al poder.
Un grupo minoritario de la población siente una fuerte atracción hacia la violencia, como lo prueban los ultras del fútbol y que todos los conflictos, Yugoslavia, Kurdistán, Oriente Próximo, las Cruzadas, atraen a una extraña mezcla de mercenarios más o menos ideologizados, una especie de peregrinos armados, turistas del subfusil.
Del anarquismo de hace un siglo, el fascismo de hace 70 años, la revolución izquierdista de hace medio siglo, hemos pasado a la violencia religiosa del presente, y en todas las fases encontramos poco sustento ideológico y mucha percha para desesperados.
Declaraciones grandilocuentes de que quieren acabar con nuestra democracia, con la libertad, reflejan poca confianza en el sistema y se les hace además un favor engordando su vestuario ideológico. El fin del terrorismo es aterrorizar a civiles, como instrumento para otra cosa.
Ni la sociología ni la psicología nos explican la causa de porqué un paisano se radicaliza y no su hermano, compartiendo el mismo París, origen familiar, barriada marginal, escuela pública francesa, frustración, escasa religiosidad, exclusión social.
La explicación más habitual es que hay ideologías que enferman la lucidez de las personas. La tesis de esta columna es que hay personas enfermas de violencia a la búsqueda de ideología que justifique un comportamiento extremo, y el yihadismo hoy tiene ese atractivo revolucionario para individuos a la búsqueda del sentido perdido.
Carlos Penedo