La convivencia es uno de los principales valores de las sociedades abiertas. Se basa en la confianza y la empatía. Destruir la convivencia es un crimen muy grave porque su pérdida desencadena todos los demás.
En España los espacios públicos son casi más importantes que los privados. También en Francia, las terrazas son el ejemplo de esa convivialité. La útima portada de The New Yorker –un homenaje- es una acuarela de un bistrot de París, sobre un fondo tricolor; representa la esencia de esa idea que siempre hemos tenido de la capital francesa como lugar de encuentro.
Lo que los yihadistas islamistas, reprimidos sexuales, hipócritas, eligieron para asesinar son el fútbol, la música, las terrazas, la convivencia. Esto pone en evidencia su pobreza mental, su ‘viva la muerte’, que les hace fuertes al principio. Nosotros amamos la vida y tenemos siempre más que perder que ellos.
Los bruseleses, habitualmente tan goguenards, tan tranquilos, han cerrado su ciudad. El miedo, peligrosamente próximo a la precaución y la cautela, se ha enseñoreado del país. Han dejado desde hace años que les coman el terreno, que les ocupen las calles y lugares de convivencia, se han refugiado en sus casas. El vacío lo han llenado los islamistas y sus numerosos simpatizantes. Barrios como Molenbeek o Scharbeek, el municipio de Anderlecht, o las zonas aledañas a la estación de Midi, han dejado de ser belgas hace tiempo, por dejadez.
Destruir la convivencia es un crimen muy grave porque su pérdida desencadena todos los demás
La policía belga dividida, sin entenderse a veces por hablar lenguas distintas (hay patrullas mixtas para satisfacer el bilingüismo obligatorio) y una enorme y complicada impedimenta legal y reglamentaria, han hecho de Bélgica el perfecto lugar para tener bases delictivas de todo tipo. Además, los ubicuos políticamente correctos han ido limitando año tras año los presupuestos de defensa y seguridad hasta la inanidad,
Los que esgrimen la culpa exclusiva de la víctima, que hablan de los pobres inmigrantes (que no lo son, pues ya son belgas, franceses, de segunda o tercera generación) desarraigados que por culpa de los occidentales asesinan, hagan una prueba: que se atreva a pasear por el barrio de Molenbeek una adolescente europea en shorts, o un judío con su kipa, a ver cuánto duran sin ser molestados y hostigados (el judío, agredido directamente). Allí, de convivencia, nada. Ni siquiera coexistencia.
El terror -estado pasional de violencia- siempre ha existido en la historia, no es una protuberancia patológica. Los nazis, los procesos de Moscú y el gulag, los jemeres rojos, la terreur de Robespierre, los hutus, las guerras balcánicas, etc. Terror religioso, racial, político, los hemos visto de todos tipos.
En Occidente vivimos atemorizados, intimidados y, encima ahora, algunos falsos inocentes del relativismo inmoral, piensan que somos nosotros los culpables de ser asesinados por los terroristas islámicos. Y convocan manifestaciones contra una guerra, pero no contra la islámica. Es decir, quieren que nos entreguemos atados de pies y manos, que cobardemente nos rindamos.
¿Será ésto la prueba spengleriana de la decadencia, de la “vieja y chocha Europa” que decía Felipe Alaiz, aquel inefable periodista anarquista, o del “continente estúpido”, parafraseando a Baroja? Convivencia y claridad de ideas frente al miedo, al apocamiento. Esperemos que ganen las primeras.
Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye