sábado, septiembre 28, 2024
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No hemos aprendido nada

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Me van a llamar aguafiestas, pero creo que los datos de la Contabilidad Nacional Trimestral publicados este jueves por el Instituto Nacional de Estadística (INE) deberían de preocupar a los economistas, a nuestros políticos y, sobre todo, a los ciudadanos de a pie.

Más de uno habrá arqueado las cejas al leer el párrafo anterior y se preguntará cómo puedo hacer tal afirmación. Las cifras exhiben un crecimiento de la economía española entre julio y septiembre del 0,8% respecto del trimestre anterior y del 3,4% comparado con un año antes. España crece más del doble que la media de la Unión Europea. ¿Dónde reside, entonces, la fuente de preocupación? Vamos por partes.

Los resultados más celebrados del cómputo del INE son los cosechados por el consumo y la inversión, que exhiben avances interanuales del 3,4% y del 6,5%, respectivamente. Frente a esas mejoras, la demanda exterior, que durante la crisis fue la tabla de salvación de miles de pequeñas y medianas empresas, ha restado 0,5 puntos al PIB trimestral. No es que caigan las exportaciones, en realidad continúan su avance, aunque es menos intenso. La contribución negativa del sector exterior obedece a que España ya importa más de lo que exporta. Bendito consumo.

Como ciudadano me alegro de que mis compatriotas vuelvan a tener dinero para consumir. Mayor consumo equivale a más ventas de las empresas y en última instancia a más dinero en la caja para invertir y contratar trabajadores. Lo preocupante es que esos datos tan aplaudidos apuntan a un retorno inexorable de nuestra economía a las viejas fórmulas que derivaron en la generación de las burbujas (inmobiliaria, financiera, inversora, consumista…) que estallaron desde finales de 2008.

Durante estos años tan duros hemos escuchado a los políticos defender, según el momento, recetas variopintas. Al principio, cuando el cataclismo pilló al mundo por sorpresa, sugirieron meter en cintura a los mercados, refundar el capitalismo y dotarlo de un carácter más humano. Pasado el shock inicial, se conformaron con sugerir cambios en el modelo productivo. Comenzaron a hablar del fomento de la innovación, de pasar del ladrillo a la neurona y de crear una economía sostenible, basada en exportar productos de alto valor añadido.

Todo eso ha caído en el olvido en cuanto han revivido el consumo y la inversión, sobre todo la inversión en construcción, que crece a un ritmo interanual del 5,5%. Hoy los empresarios del sector inmobiliario se frotan las manos al leer que la firma de hipotecas avanza a un ritmo del 20% y sueñan otra vez con ver los suburbios de nuestras ciudades salpicados de grúas.

Miles de particulares ansían también un repunte del precio de la vivienda que les permita vender los pisos que compraron hace diez años a precios inflados. Los comercios abarrotados hacen que a las empresas ya les interese menos estrujarse el cerebro para buscar fórmulas de generar valor añadido y vuelvan a volcar sus esfuerzos en conquistar una demanda interna al alza. Es normal, les quedan aún unos años para vivir de las rentas de la competitividad ganada gracias a la devaluación fría –empobrecimiento- de la economía española, lograda a base de bajadas de sueldos, despidos y precarización del mercado laboral.

La tendencia de la economía actual sugiere que no hemos aprendido nada de la última crisis y que avanzamos hacia la repetición de los errores pasados. Pero con agravantes: la protección social es hoy peor que hace siete años, el número de pobres ha aumentado, los sueldos son más bajos y la precariedad laboral mayor. Poco importa que Estadística diga que se han creado 512.000 empleos en un año si más de la mitad de ellos no dan ni para encender la calefacción. Por eso me asusta lo que pueda pasar cuando vuelvan las vacas flacas.

Para acabar, un consejo: Consuman, pero no dejen de estudiar.

César Calvar

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