lunes, septiembre 23, 2024
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La curiosidad creativa

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Los lectores habituales solemos relacionarnos con los libros recurriendo a múltiples imágenes. Una de ellas es la de la cesta de cerezas, de donde casi siempre arrastramos sin querer otras cuando lo que queremos es comer sólo una. De la misma manera, llega el lector, escoge un libro cualquiera hasta entonces adormecido en la estantería y, al concluir la lectura, descubre que tiene en mente otras muchas.

Esas lecturas pueden surgir tanto de manera espontánea, al azar del texto previo, como por mera asociación de ideas a través de una indicación explícita en cualquier rincón de la narración. En ocasiones se trata de libros apenas sugeridos, como los que se mencionan al describir la biblioteca que atesora un personaje, o el libro que descansa en la mesilla de noche de otro. Así ocurre, naturalmente, con las obras que el bueno de Alonso Quijano había reunido mediante innúmeras privaciones y que en un santiamén son indultadas o pasto de las llamas.

En otras ocasiones el libro que aparece, tanto si es real como ficticio, ocupa en la narración un papel destacado. Tal es el caso, entre otros muchos, de cualquiera de los imaginados por Borges o Eco, del famoso tratado de apicultura que redactaba Sherlock Holmes, o de la voluminosa Enciclopedia Alentejana que ocupa los ocios de mi buen amigo, el inefable Rui Vaz de Cunha.

No es fácil encontrar la explicación del por qué una lectura nos lleva  inevitablemente a otras. Tal vez, el concepto de curiosidad creativa sea el que mejor explique este fenómeno. Fue propuesto por ese extraño erudito norteamericano de origen noruego que fue Thorstein Veblen, mezcla a partes iguales de economista y antropólogo, a quien por otra parte pueden achacársele no pocos disparates. La curiosidad creativa fue expuesta brillantemente en 1899 al publicar su obra más conocida, 'La teoría de la clase ociosa', descubierta en mi caso ni más ni menos que en las páginas de esa inesperada novela de Jack London que es The Assassination Bureau.

Tanto la Enciclopedia dieciochesca, como la actual Wikipedia, no hubieran sido posibles sin la curiosidad creativa y la ociosidad de sus autores

La noción de la curiosidad creativa implica la existencia de un tiempo libre que es, precisamente, el que permite que todavía haya algunos mortales que puedan dedicarse a la búsqueda del conocimiento sin perseguir ningún fin preciso. No olvidemos que en griego al ocio se le denomina σχολή, (skholè), de donde deriva nuestra palabra escuela, que no es sino el tiempo libre que nos permite aprender las cosas. Tanto la Enciclopedia dieciochesca, como la actual Wikipedia, no hubieran sido posibles sin la curiosidad creativa y la ociosidad de sus autores.

De la misma manera, nuestras lecturas no serían posibles sin ese tiempo libre que nos permite disfrutar de cualquier narración que, igual que ocurría con el cesto de cerezas, nos llevará a la siguiente, luego a una tercera y después a otra más, encajando unas con otras sin que podamos vislumbrar nunca un final siquiera aproximado para ese gigantesco laberinto que la creatividad humana, afortunadamente, sigue construyendo.

Ignacio Vázquez Moliní

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