Nicolás Maduro ha irrumpido en la campaña electoral española. Para echar una mano a Rajoy, lo que son las cosas. Ha dicho de él que es «una basurita» y que «el pueblo español te va a decir chao, vete de aquí». Que Maduro, uno de los personajes de peor educación y de peores formas (anti)democráticas del mundo, te descalifique es un timbre de gloria, un pasaporte para saber que estás en el lado bueno de la vida. Sobre todo, cuando el sucesor de Hugo Chávez, que encarcela arbitrariamente, cierra periódicos y puede que trampee en la votación venezolana del próximo día 6, se permite decir que, si no encuentran sus bolivarianos el favor de las urnas, a él le hallarán en la calle, en la rebelión junto con sus camisas rojas. Toda una amenaza que permite pensar en una posibilidad, confío en que remota, de golpe de Estado, según van sugiriendo, descoordinadamente como en ellos viene siendo costumbre, los distintos portavoces de la oposición…
Toda una amenaza que permite pensar en una posibilidad, confío en que remota, de golpe de Estado
Duele a los españoles lo que ocurre en Venezuela, tierra que nos es tan próxima. Duele también que no hayan sido muchos los países europeos que han sabido enfrentarse con decisión a la barbaridad chavista, como lo han hecho los más destacados políticos españoles, de casi todos los partidos (creo que ahora ni los dirigentes de Podemos se atreverían ya a salir a defender el estado de cosas en el sufrido país latinoamericano, porque eso, lo de Maduro, acabará necesariamente mal).
A veces a uno le da por pensar en las paradojas que tiene la vida: resulta que tanto Maduro como, por ejemplo, la CUP en Cataluña, se están convirtiendo, con sus excesos y sus ataques, en las mejores ayudas para un Mariano Rajoy a quien todos los vientos ahora le soplan a favor. Pero si hasta -y sin ánimo de equiparar unas cosas con otras, por favor- gana al futbolín a Bertín Osborne…
Fernando Jáuregui