domingo, septiembre 22, 2024
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Epistolarios

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Hace unas semanas encontré en una cámara de la vieja casa del pueblo las cartas olvidadas que mi padre escribió a su familia desde París y Bruselas a finales de los años cuarenta. Han sido una forma de reencontrarme con aquel joven que descubría Europa en 1948, hundida aun en la postguerra. Allí conocería de primera mano la realidad de lo sucedido, los resistentes, los perseguidos, los judíos supervivientes. Una educación ética e histórica.

En sus cartas enlaza la vida cotidiana con las sorpresas de una sociedad democrática y abierta, algo tan diferente de su España y Andalucía natal.

Los epistolarios son el lado inesperado e imprescindible de las biografías

En las cartas de los soldados en el frente, en las cartas de amor, en todas aquellas cuyos autores no pensaban que se publicarían nunca, es donde encontramos la sinceridad, el carácter y personalidad, incluso la verdad de los hechos y acontecimientos.

La correspondencia escrita, en papel y con pluma, era una costumbre cívica, de cortesía. Cuando leemos los diarios de personajes ilustrados, como Gaspar Melchor de Jovellanos, Unamuno, Cortázar, por ejemplo, comprobamos el tiempo y dedicación que empleaban en despachar su correspondencia. Leer sus cartas nos cuenta más de sus personas y de su época que muchas biografías autorizadas.

Es cierto que muchos epistolarios de escritores publicados son insulsas listas de quejas contra sus editores, o porque no les han pagado aun, o porque no les contestan. Son cartas de negocios pero no como aquellas inefables Cartas de negocios de José Requejo, de Agustín García Calvo (libro de hace cuarenta años que vivamente recomiendo a todos los que quieren reformar la Universidad, a diestro y a siniestro, editorial Lucina).

Las cartas manuscritas o a máquina son ya de otros tiempos. Eran los del papel de calco azulado y de cuando la grafología casi se consideraba una ciencia y, en cualquier caso, servía como herramienta forense.

Pero nuestros comportamientos han cambiado. Hoy se comunica de otra manera. Los verbos ser y estar son perfectos para distinguir los dos tipos de comunicación actuales: con las cartas contábamos lo que éramos, lo que sentíamos, el ser; con los guasaps y sms, solamente dónde estamos.

Y todavía nos extrañamos de que no haya recado de escribir ni, por supuesto, de que se descuide esa cosa vetusta y elegante que es la caligrafía.

Para acabar, recordando una vez más a Bruselas, el interesado en cómo se escribía no deje de visitar el pequeño Museo de cartas y manuscritos de la capital belga (http://www.mlmb.be/fr/pages/33-collection-permanente).

Jaime-Axel Ruiz Baudrihaye

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